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Matisse, La Música
La Música
MOZART, Concierto n.20/ Friedrich GULDA
Matisse, La Música
La Música
En los atardeceres de invierno, dos o tres veces al mes, los miembros de la sociedad de conciertos, como conjurados románticos, iban hacia el teatro por las calles ya encendidas, en dirección contraria a los que borrosamente volvían del trabajo a sus casas. El viejo y destartalado coliseo iluminaba su decorado rojo y oro, enguirnaldándose con esa extraña flor o fruto que es la faz humana, indiferentes éstas en su mayoría, curiosas otras, expectantes algunas.
Allí oí por primera vez a Bach y a Mozart; allí reveló la música a mi sentido su pure délice sans chemin (como dice el verso de Mallarmé, a quien yo leía por entonces),aprendiendo lo que para el pesado ser humano es una forma equivalente del vuelo, que su naturaleza le niega. Siendo joven, bastante tímido y demasiado apasionado, lo que le pedía a la música eran alas para escapar de aquellas gentes extrañas que me rodeaban,de las costumbres extrañas que me imponían, y quién sabe si hasta de mí mismo.
Pero a la música hay que aproximarse con mayor pureza, y sólo desear en ella lo que ella puede darnos: embeleso contemplativo.En un rincón de la sala, fijos los ojos en un punto luminoso, quedaba absorto escuchándola, tal quien contempla el mar. Su armonioso ir y venir, su centelleo multiforme, eran tal ola que desalojase las almas de los hombres. Y tal ola que nos alzara desde la vida a la muerte, era dulce perderse en ella, acunándonos hacia la región última del olvido.
MOZART, Concierto n.20/ Friedrich GULDA
CERNUDA, Luis.: Ocnos. El País 2003 .
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