14 abril, 2019

"DIOSES" de Marcelo Lillo



"De vez en cuando, como todo el mundo. Cuentos reunidos", del chileno Marcelo Lillo, -Santiago,1957- termina con un imprescindible Epilogo de Ignacio Echevarría:  "Marcelo Lillo y su pelea". Y de eso  trata de hacer un breve pero denso  resumen de la lucha  del autor  por llegar a escribir como escribe, por lograr ser publicado y, tal vez... reconocido. De por qué los cuentos de Lillo son "impecables, implacables también: duros, lacónicos,rotundos, en la huella de la mejor cuentística norteamericana".De  su peripecia personal y en relación con la literatura,de sus autores de referencia ( Chéjov, John Cheever, el Joyce de "Dublineses" , Salinger... pero sobre todo Carver del que dice leer algo cada día) y de la fuerza que tiene una escritura "que nos entrega momentos de extrañeza, de vértigo, de los que sólo él es capaz".El Epílogo de  Echevarría  es la mejor guía para adentrarse en la obra de Lillo, y ha sido una buena idea de editor no convertirlo en Prólogo, aunque también lo sea.
Las imágenes  son del arquitecto y artista plástico  chileno Nemesio Antúnez (Santiago, 1918-1993) 
DIOSES
Miré el cielo mientras papá y yo íbamos en la vieja camioneta rumbo al hospital. Las nubes se habían estacionado encima de nosotros, de un gris opaco, y hacia la costa se apreciaban los primeros aguaceros que borroneaban aquella parte del paisaje.
-Va a llover- le dije a papá, sin quitar los ojos del cielo. 
- Eso parece- respondió él, mirando los autos que iban delante.
-¿Crees que es una señal?
-¿De qué, hijo? -Me miró apenas, preocupado de conducir-.¿Señal de qué?
-¿Crees que el cielo está enojado por lo que vamos a hacer?
Mi padre soltó una risa y agregó:
-El cielo no tiene por qué enojarse por eso.
-Pero Dios sí, y Dios vive en el cielo, ¿o no? -le pregunté.Era lo que me habían enseñado en las clases de catecismo a las que asistía todos los domingos de tres a cinco de la tarde. Estábamos a principios de abril y en diciembre haría mi primera comunión.
-¿Eso piensas?- dijo papá, incrédulo.
-Dios hizo todo esto, a nosotros, las calles, las montañas...
-Dios somos tú y yo -replicó él, muy seguro de lo que decía.
-¿De veras?
-Dios es el vecino, tu profesor y son esos perros que van por ahí. ¿Entiendes? Dios es la televisión y los héroes delas películas.
Pensé unos segundos en lo que dijo y luego le solté:
-¿Quieres decir que Dios es todo lo creado?
-Claro, y por lo tanto no hay un solo Dios.
Mi padre era muy racional en su modo de ver las cosas y no tuve más remedio que aceptarlo. "La lógica es la que mueve el mundo", aseguraba uno de mis profesores como si fuese su gran descubrimiento. Nos detuvimos frente a un semáforo en rojo, éramos los primeros y en cuanto cambiara a verde saldríamos disparados y en la cuadra siguiente veríamos una parte del hospital.
-¿Y mamá? -se me ocurrió preguntarle, mirando a las personas que cruzaban la calle delante de la camioneta.-¿qué pasa con ella?-¿También es Dios? Tu dices que Dios es todo lo creado.Papá sacudió la cabeza, alzó las cejas y dijo:-¿Qué crees tú?-No sé qué creer -respondí-.Nos abandonó ¿cierto?Diez años atrás mi madre se había ido de la casa detrás de un hombre, un tipo extraño que llegó a vivir al barrio, dos casas más allá de la nuestra. No se sabía en lo que trabajaba, de qué vivía, pero gastaba su tiempo conversando con las dueñas de casa en las mañanas, cuando estas iban al supermercado. Supongo que les decía cosas hermosas, les ayudaba con las bolsas y a más de una la invitó a un café. Otras pasaron directamente a su casa, mi madre entre ellas, y resultó que fue la que más tiempo pasó con él. Mi padre lo supo, discutió una noche con mamá y al día siguiente ella desapareció después de dejarme en el jardín infantil."Tu madre nos abandonó", me contó papá después de pasarme a buscar al jardín. Lo miré, lo único que puede hacer un niño de cuatro años cuando su padre le dice una cosa así."Se fue con el hombre que vivía dos casa más allá, ¿te acuerdas de él?" Lo seguí mirando, sin comprender aún lo que papá me decía, hasta que se me ocurrió preguntar:"¿Mamá no va a vivir más con nosotros?" Su rostro se desencajó y dijo:"Así es, campeón,ya no va a vivir más con nosotros? ¿Eso significa que mamá ya no nos quiere?" Papá se tapó la cara con las manos.Es complicado cuando un hombre se tapa la cara de esa manera, más aún si es el padre de uno, y ese fue un momento incómodo. O creo que fue así, era muy pequeño y demasiado irracional para  darme cabal cuenta de lo que ocurría.-Dios no abandona a las personas que quiere -dije.-Me parece que tienes razón en eso.-Entonces mamá no puede ser Dios -afirmé y arrancamos del semáforo-. Todos son Dios, los héroes dela televisión y los perros de la calle, menos ella. Nos dejó solos, tuviste que hacerte cargo de mí, educarme, cuidarme cuando estaba enfermo, acompañarme a todas partes...Trabajaste como un burro y sacrificaste tu tiempo por mí.-Era mi deber, hijo, ya lo comprenderás cuando seas padre.-Tú eres Dios, en serio, eres el mejor Dios del mundo.Orillamos las murallas del hospital e ingresamos por una puerta ancha. Un guardia vestido de azul, encerrado en una garita, nos quedó mirando. Bajamos de la camioneta y mi padre encendió un cigarrillo.-¿Estás nervioso? -le pregunté.-No.-¿Entonces por qué fumas?-Mala costumbre. -Tiró el cigarrillo antes de enfrentarnos a la mujer de la recepción, la que nos sonrió.
                                                
               
                                                              Subimos por la escalera hasta el tercer piso y recorrimos el pasillo hasta llegar a la pieza que ocupaba mamá, sola, con un televisor a la pared y un amplio ventanal que daba a un parque muy bonito. Las pocas veces que había ido allí me gustaba contemplar a los enfermos que se paseaban entre los jardines, en bata,  bastó o en sillas de ruedas, y pensaba que me gustaría estar enfermo para poder pasearme yo también por aquel hermoso lugar. Aquella mañana no había nadie en el parque y el prado brillaba por culpa de la humedad de la noche. Miré otra vez el cielo y me pareció raro que aún no lloviera porque las nubes estaban cargadas de agua.

-Sigue igual -dijo mi padre acercándose a la cama.

-¿Estás  seguro?

-Sí. -Papá me miró.

-¿No está muerta? -Papá me siguió mirando-.No me digas nada porque ella no es mi madre. O es algo distinto a las otras madres.

Mamá, o la mujer que estaba allí, tenía los ojos cerrados y una manguera amarilla le salía por la nariz y otra de color marrón por la boca; en el brazo tenía una tercera, de un verde pálido. Las tres mangueras estaban conectadas a unas máquinas con números y agujas, pero silenciosas.

Veinte días atrás mi padre recibió una llamada en la oficina donde trabajaba, del servicio de urgencia del hospital, donde llegó una mujer que decía ser su esposa. "Yo no tengo esposa", contestó él."Señor, esa señora asegura que es su cónyuge, y está en muy malas condiciones. No puede caminar, habla apenas y sufre de constantes hemorragias, por lo que deberá ser ingresada al quirófano dentro de poco". Papá colgó el teléfono, subió a la camioneta y llegó al hospital. La mujer estaba siendo operada y sólo horas más tarde, cuando lo dejaron pasar a la sala de recuperación, vio que efectivamente se trataba de mamá, que diez años antes se había fugado con el extraño hombre que volvió locas a las mujeres del barrio.

"Tu madre regresó", me contó papá esa misma noche "¿De quién estás hablando?", le pregunté."De tu mamá. Regresó y está en el hospital; la vi esta tarde después de que la operaron". No dije nada más y me largué a llorar, aunque tenía catorce años y estaba a punto de cumplir los quince; aunque me preparaba cada domingo para hacer mi primera comunión en diciembre. "¿Por qué lloras?"."Por ti", contesté. Era una respuesta muy madura, demasiado para el niño que estaba acostado con el pijama celeste y que todavía conservaba el osito de su infancia sobre el velador.

-Dile algo -me pidió papá-. Habla con tu madre.

-¡No!
-Haz un esfuerzo, hazlo por mí.
-No voy a hablar con ella y tú lo sabes -Miré a la mujer que yacía en la cama, con el pelo lacio y sucio, unas hebras blancas y el cutis pálido y reseco-. No me escucha.
-Eso no lo sabes, a lo mejor...
-Nadie sabe si mamá escucha o no.
-No puedes estar tan seguro.
Nos miramos y él tomo una silla, la acercó a la cama y se sentó;sujetó la mano de mi madre y dijo:
-¿Me escuchas? Querida...¿me estás escuchando?
                                                   
 La pieza era toda blanca y pensé que cuando la gente se imagina el cielo siempre lo pinta de blanco en su mente. El cielo puede ser perfectamente negro, rojo, morado e incoloro, claro que eso no lo diría en mi clase de catecismo.-Papá -dije-, no pierdas tu tiempo.-No te estoy pidiendo consejo.-No es un consejo, es la verdad: no pierdas tu tiempo.Mi padre me miró con sus ojos claros que yo no había heredado. Los desafié durante unos segundos y luego bajé hasta su bigote. Cuando grande quería tener un bigote semejante, ancho y tupido y eso lo salvó de que no le dijera algo más hiriente como :"Esa mujer se acostó con otro y tú vienes a verla al hospital y más encima conversas con ella".
Papá le soltó la mano, como si hubiera adivinado mi pensamiento; se levantó y se acercó ala ventana para mirar el cielo.-Todavía no llueve -comentó.-No.Me dio unas palmadas en el hombro y dijo:-Me gusta que seamos así tú y yo.-¿Cómo? -le pregunté.-Que seas casi un hombre para poder hablar cualquier asunto contigo. ¿Comprendes?-Sí.-Me gusta que me digas las cosas cuando me he equivocado.-¿En serio? -Lo miré hacia arriba aunque él no era muy alto.-En serio, hijo.Fue algo muy sincero lo que me dijo papá aquella mañana, y por unos momentos me  emocioné, pero por suerte él no se dio cuenta. Es la emoción que lo sacude a uno cuando de pronto un padre deja de ser un padre para convertirse en una amigo. Miré el parque que continuaba vacío, de donde los enfermos habían escapado por temor al clima y me di cuenta de que por fin empezaba a llover. Las agujas de agua, invisibles casi, bajaban sin apuro y mojaban lo que hallaban a su paso.
En ese momento papá se alejó de la ventana, fue hacia las máquinas y las desenchufó. Ninguna hizo ningún ruido, las máquinas mudas sólo se apagaron. Miró su reloj, me miró a mí y al final miró a mamá. Pero ella no reaccionó. No pasó como en las películas cuando a un condenado lo desconectan de las máquinas y primero se tensa para después ponerse a tiritar. Mamá siguió durmiendo sin darse cuenta de nada.
Pasaron cinco minutos y papá volvió a enchufar las máquinas. Suspiró, se secó la frente con el pañuelo y volvió conmigo a la ventana.
Seguí mirando el cielo de donde bajaba la lluvia que a cada rato era más violenta y tupida, y pensé que al salir tendríamos que correr hasta la camioneta para no mojarnos.                                               

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Editorial LUMEN/narrativa, 2017