11 enero, 2023

DYLAN THOMAS un cuento






           

                        


EN EL JARDÍN


El chico tenía más miedo del jardín oscuro que de ninguna otra cosa en el mundo. Ya al atardecer le aterraba, pero cuando cerraba la noche y los árboles hablaban por su cuenta, el jardín era demasiado atroz para pensar incluso en él.
    Trató de convencerse de que más allá de los rojos cortinajes no había nada en absoluto, que no había nada en ninguna parte, tan solo la habitación iluminada, su madre y él mismo.Por la mañana, el jardín se llenaba de delicias: la hierba estaba larga y descuidada, había girasoles que nadie había plantado allí. Contra la tapia del fondo había un invernadero, la casa de los escarabajos, donde guardaba sus colecciones de guijarros raros y de postales. Allí estaba sentado todo el tiempo que duraba la luz del sol, de espaldas a la caja de madera del asiento, con los pies sobre un viejo y misterioso baúl. El baúl era tanto más fascinante, porque no contenía nada en absoluto.Una vez abrió el cierre oxidado con un cortaplumas, y con gran temor había alzado la tapa, para encontrarse con el interior vacío y el olor a podredumbre. Tuvo la certeza de que en alguna parte debía haber algún cajón secreto que contenía unas cuantas piedras preciosas tan brillantes como el sol; cuando las descubriese, vendería el tesoro a un rico mercader a cambio de un viaje a la isla de los loros.
    Sin embargo, cuando los últimos jirones del sol poniente declinaban tras la chimenea más alta, oía las voces de advertencia que le avisaban de que era hora de marcharse, y sabía en el acto que en algún lugar, en medio de las sombras que empezaban a cercarlo, rondaban los feos habitantes nocturnos del jardín. Cerraba entonces la puerta del invernadero despacio y con suavidad, y volvía por el sendero hasta llegar a los tres peldaños de piedra que daban entrada al anexo de la cocina.Los subía de un salto y entraba a todo correr en la casa, con los demonios de la noche pegados a sus talones.
    Era una noche muy calurosa. Las ventanas estaban abiertas, y las mariposas revoltosas entraban arremolinadas en la casa para estirar las largas patas allí donde resplandecían las llamas del gas. Al chico le gustaba verlas mientras le revoloteasen pegadas al techo, pero las odiaba en cuanto caían mareadas sobre el hule que cubría la mesa o cuando le caían a ciegas sobre la cara; lo peor de todo eran las grandes polillas grises que tropezaban revoloteando por toda la habitación, pues de sobra sabía que estaban coaligadas con las cosas del jardín, allá fuera.
    -Aquí dentro hace calor -dijo su madre de repente- Saca sillas al césped.
    Lo dejó a solas en la cocina.Él tomó una silla, pero la dejó en el suelo y fue al anexo. Abrió la puerta del jardín y una gran polilla gris le dio en la cara. Salió al jardín e hizo frente a los enemigos.
    Encapuchados, con guantes negros,, estaban de guardia en los senderos, de pie por toda la hierba. Irguió los hombros y subió con valentía a lo alto de las escaleras. No acertaba a ver la cara de las sombras, pero ellas si le veían la cara, pues estaba enmarcado por la luz que salía de la puerta abierta.Pensó en el invernadero por la mañana amigable, coloreado por el polvo que flotaba a la luz, y pensó en el baúl en que estaba el tesoro. Salió hasta donde empezaba la hierba y no oyó una advertencia de los árboles por culpa del martilleo del corazón.A medida que avanzaba, las sombras le hacían reverencias y retrocedían un poco, dejando el camino expedito a las tinieblas, que eran mucho más temibles.
    Se detuvo, pues estaba más asustado de lo que jamás llegó a pensar. El jardín se revolvía y bullía en derredor, las paredes y los árboles se disparaban hacia lo alto, tanto que no alcanzaba a vislumbrar el cielo. El tejadillo apuntado del invernadero ascendía hacia el cielo oscuro como un campanario. El chico no osó mirar detrás de sí, pues sabía que estaba rodeado por sus enemigos, y que habían entrelazado sus brazos a sus espaldas.Pronto, muy pronto estrecharían el cerco a su alrededor como si estuvieran jugando con toda su inocencia a la gallina ciega o a un juego similar, y cualquiera de ellos le echaría una capucha por encima de la cabeza. Esperó, esperó y no pasó nada, tan solo el gradual crecimiento de los árboles, de las paredes y de aquella torre de forma extraña, cada vez más altos.No los veía; se había tapado los ojos con ambas manos. El cerco se cerraba a su alrededor.Oía sus pasos sobre la hierba, oía el susurro de sus ropajes sobre el suelo húmedo.
    Echó la cabeza hacia atrás y miró directamente a los ojos de la sombra más alta. Pasó largo rato mirándolos. Luego sonrió a su amiga la sombra y le tendió los brazos. La puerta del invernadero batió por efecto del viento y vio que el baúl, abierto y vuelto sobre un costado, estaba repleto de fuego. Las piedras preciosas salían en chorros de plata , de oro y de azul. El jardín resplandecía gracias a su colorido.
    Abrió un poco más los brazos y las piedras le saltaron al pecho. Sonrió a sus silenciosos vigilantes, que no se atrevieron a mirarle a los ojos. Poco a poco se fundieron, y los árboles se fundieron con ellos. Recogió las joyas y, de rodillas,las fue colocando en el regazo de su amiga. La puerta del invernadero se cerró sin hacer ruido al caer el cerrojo, cesó de soplar el viento, el chico sonrió sin osar moverse.
    Su madre lo llamó. Lo volvió a llamar y él tampoco contestó, de modo que salió corriendo al jardín con su nombre en los labios. allí, en medio de la hierba, encontró al niño arrodillado con la cara en las manos, bajo la cegadora luz de la luna.

 


Dylan Thomas, Cuentos Completos, 530 pp.,Traducción: Miguel Martínez Lage. Nórdica 2022


06 diciembre, 2022

Navidad 2022 con Joseph Brodsky






Cae la nieve dejando el mundo reducido.
En esa época se dan al desenfreno los Pinkerton,
y te descubre a ti mismo, de cualquier manera,
la huella impresa en ella con descuido.
Esos hallazgos no exigen tributo.
silencio por todo el barrio.
¡Cuánta luz se metió en ese trozo de estrella
al llegar la noche! Tanta como fugitivos en una balsa.
No te ciegues,¡mira! Tú también eres huérfano,
desarraigado, canalla, estás fuera de la ley;
no busques, porque nada tienes. De tu boca,
como un dragón, salen bocanadas de humo.
Mejor será que reces en voz alta, como un segundo Nazareno,
por los Reyes sin reino que vagan con sus presentes
en ambos confines de la tierra,
y por todos los niños en sus cunas.(1986)
    
                        
                                *Pinkerton detective americano de ficción muy popular en Rusia (N.T.)

Joseph Brodsky, Poemas de Navidad, Visor 2006                                                          

01 noviembre, 2022

BORGES formas de dicha

 




BORGES en  Biblioteca personal  captura en  pocas   líneas  obras y autores "cuya lectura fue una dicha" para él. Lo dice en el minúsculo prólogo. Borges es un clásico en el sentido de Calvino: un contemporáneo a quien  no se  acaba de leer nunca. Su valor no reside tanto en un estilo literario o en su enciclopédica cultura  como en el poder de su imaginación y capacidad de invención. Estos textos que son un acicate y una guía para el lector refulgen como los  tesoros de los piratas de Stevenson. Escritor que no está en el libro porque aunque el proyecto era comentar cien autores  sólo  se llegó a sesenta. Pero se sabe que a Borges le gustaba. 
    





Josep Conrad
El corazón de las tinieblas. 
Con la soga al cuello.


Obra del divino poder, de la suma sabiduría y, curiosamente del primer amor, el infierno de Dante, el más famoso de la literatura, es un establecimiento penal en forma de pirámide inversa, poblado por fantasmas de Italia y por inolvidables endecasílabos. Harto más terrible  es el de Heart of Darkness, el río de África que remonta el capitán Marlow, entre orillas de ruinas y de selvas y que bien puede ser una proyección del abominable Kurtz, que es la meta. En 1889, Teodor Josef Konrad  Korzeniowski remontó el Congo hasta Stanley Falls; en 1902, Josep Conrad, hoy célebre, publicó en Londres Heart of Darkness, acaso el más intenso de los relatos que la imaginación humana ha labrado.Este relato es el primero de este volumen.
    El segundo, The End of Tether, no es menos trágico. La clave de la historia es un hecho que no revelaremos y que el lector descubrirá gradualmente. En las primeras páginas ya hay indicios.
    H.L.Mencken, que ciertamente no prodiga ditirambos, afirma que The End of Tether es una de las más espléndidas narraciones, extensa o breve, nueva o antigua, de las letras inglesas. Compara los dos textos de este libro con las composiciones musicales de Juan Sebastian Bach.
    Según el testimonio de H.G.Wells, el inglés oral de Conrad era muy torpe. El escrito, que es el que importa, es admirable y fluye con delicada maestría.
    Hijo de un revolucionario polaco, Conrad nació en Ucrania, en el destierro en 1857. Murió en el condado de Kent en 1924.


Franz Kafka:
América. Relatos breves

1883, 1924. Esas dos fechas delimitan la vida de Franz Kafka. Nadie puede ignorar que incluyen acontecimientos famosos: la primera guerra europea, la invasión de Bélgica, las derrotas y las victorias, el bloqueo de los imperios centrales por la flota británica, los años de hambre, la revolución rusa, que fue el principio de una generosa esperanza y es ahora el zarismo,el derrumbamiento, el tratado de Brest-Litovsk y el tratado de Versalles, que engendraría la segunda guerra. Incluye así mismo los hechos íntimos que registra la biografía de Max Brod: la desavenencia con el padre, la soledad, los estudios jurídicos, los horarios de una oficina, la profusión de manuscritos, la tuberculosis. También las vastas aventuras barrocas de la literatura: el expresionismo alemán, las hazañas verbales de Becher, de Yeats y de James Joyce.
    El destino de Kafka fue transmutar las circunstancias y las agonías en fábulas. Redactó sórdidas pesadillas en un estilo límpido. No en vano era lector de las Escrituras y devoto de Flaubert, de Goethe y de Swif. Era judío pero la palabra judío no figura que yo recuerde, en su obra. Ésta es intemporal y tal vez eterna.
    Kafka  es el gran escritor clásico de nuestro atormentado y extraño siglo.


Fiodor Dostoievski
Los demonios

Como el descubrimiento del amor, como el descubrimiento del mar, el descubrimiento de Dostoievski marca una fecha memorable de nuestra vida. Suele corresponder a la adolescencia, la madurez busca y escritores serenos. En 1915, en Ginebra, leí con avidez Crimen y Castigo, en la muy legible versión inglesa de Conatance Garnett. Esa novela cuyos héroes son un asesino y una ramera me pareció no menos terrible que la guerra que nos cercaba. Busqué una biografía del autor. Hijo de un cirujano militar que murió asesinado, Dostoievski (1821-1881) conoció la pobreza, la enfermedad, la cárcel, el destierro, el asiduo ejercicio de las letras, los viajes, la pasión del juego, ya en el término de sus días, la fama. Profesó el culto a Balzac. Envuelto en una vaga conspiración, fue condenado a muerte. Casi al pie del patíbulo, donde habían sido ejecutados sus compañeros, la sentencia fue conmutada, pero Dostoievski cumplió en Siberia cuatro años de trabajo forzados, que nunca olvidaría.
    Estudió y expuso las utopías de Fourier, Owen y Saint Simon. Fue socialista y paneslavista. Yo había imaginado que Dostoievki era una suerte de gran dios insondable, capaz de comprender y justificar a todos los seres. Me asombró que hubiera descendido alguna vez a la mera política, que discrimina y que condena.
    Leer un libro de Dostoievski es penetrar en una gran ciudad, que ignoramos, o en la sombra de una batalla. Crimen y castigo me había revelado, entre otras cosas, un mundo ajeno a mí. Inicié la lectura de Los demonios y algo muy extraño ocurrió. Sentí que había regresado a la patria. La estepa de la obra era una magnificación de la Pampa. Varvara Petrovna y Stepan Trofimovich Verjovenski eran, pese a sus incómodos nombres, viejos argentinos irresponsables. El libro empieza con alegría, como si el narrador no supiera su trágico fin.
    En el prefacio de una antología de la literatura rusa Vladimir Nabokov declaró que no había una sola página de Dostoievski digna de ser incluida. Esto quiere decir que Dostoievski no debe ser juzgado por cada página, sino por la suma de páginas que componen el libro. 


Fray Luis de León
Cantar de Cantares. 
Exposición del libro de Job

La Biblia, cuyo nombre griego es plural, significa los libros. Es, de hecho, una biblioteca de los libros fundamentales de la literatura hebrea ordenados sin mayor rigor cronológico y atribuidos al Espíritu, al Ruach. Abarca la cosmogonía, la historia, la poesía, las parábolas, la meditación y la ira profética. Los diversos autores corresponden a diversas épocas y a diversas regiones. Son, para el piadoso lector, meros amanuenses del Espíritu, que determina cada palabra, y según los cabalistas, cada letra y su valor numérico y sus posibles o fatales combinaciones. El más curioso de estos textos es el Libro de Job.
    Froude en 1853 predijo que este libro, llegado su debido tiempo, sería considerado el más alto de cuantos han escrito los hombres. El tema, el eterno tema, es el hecho de que un justo pueda ser desdichado. Job, en su muladar, se queja y maldice y sus amigos lo aconsejan. Esperamos razonamientos, pero el razonamiento, propio del griego, es ajeno al alma semítica y la obra se limita a ofrecernos espléndidas metáforas. La discusión es ardua y porfiada. En los capítulos finales, la voz de Dios habla desde el torbellino y condena por igual a quienes lo culpan o lo justifican. Declara que es inexplicable y de un modo indirecto se compara con sus más extrañas criaturas, el elefante (el Behemoth, cuyo nombre, como el de la Escritura, es plural, ya que significa animales, por ser tan grande) y la ballena o Leviathan. Max Brod en Judaísmo y cristianismo, ha analizado este pasaje. El mundo estaría regido por un enigma.
    La fecha de la redacción es incierta. H.G.Wells escribió que el Libro de Job es la gran respuesta de los hebreos a los diálogos de Platón.
    Publicamos aquí la versión literal de Fray Luis de León, su explicación de cada versículo y otra versión en verso endecasílabo y rimado al itálico modo.La prosa de Fray Luis es, por lo común, de una serenidad ejemplar; el original hebreo le impone aquí músicas de violencias."Cuando oye la trompa dice:¡Ha!,¡ha!, y de lueñe huele la batalla, el ruido de los capitanes y el estruendo de los soldados".
    Esta biblioteca incluye así mismo el Cantar de los cantares o, como traduce Fray Luis, Cantar de cantares. Lo define como égloga pastorial y le da un sentido alegórico. El esposo, proféticamente, sería Cristo; la esposa , la Iglesia.El amor terrenal sería un emblema del amor divino. Quizá no huelga recordar que la más encendida obra de la lengua castellana, la de San Juan de la Cruz, procede de este libro.

                    

Dino Buzzati:
El desierto de los tártaros.

Podemos conocer a los antiguos, podemos conocer a los clásicos, podemos conocer a los escritores del siglo XIX y a los del principio del nuestro que ya declina. Harto más arduo es conocer a los contemporáneos. Son demasiados y el tiempo no ha revelado aún su antología. Hay, sin embargo, nombres que las generaciones venideras no se resignarán a olvidar. Uno de ellos es, verosímilmente,el de Dino Buzzati.
    Buzzati nació en 1906 en la antigua ciudad de Belluno, cerca del Véneto y de la frontera con Austria. Fue periodista y se entregó después a la literatura fantástica. Su primer libro Bárnabo delle Montagne, data de 1933; el último, I miracoli di Val Morel, de 1972, el año de su muerte. Su vasta obra, no pocas veces alegórica, exhala angustia y magia. El influjo de Poe y de la novela gótica ha sido declarado por él .Otros han hablado de Kafka.¿Por qué no aceptar sin desmedro alguno de Buzzati, ambos ilustres magisterios?
    Este libro, que es acaso su obra maestra y que ha inspirado un hermoso filme de Valerio Zurlini, está regido por el método de l apostergación indefinida y casi infinita, caro a los eleatas y a Kafka.El ámbito de las ficiones de Kafka es deliberadamente gris y mediocre y sabe a burocracia y a tedio. Tal no es el caso de esta obra.Hay una víspera, pero es la de una enorme batalla, temida y esperada. Dino Buzzati, en estas páginas, retrotrae la novela a la epopeya, que fue su manantial.El desierto es real y es simbólico. Está vacío y el héroe espera muchedumbres.


Publio Virgilio Marón:
La Eneida


Una parábola de Leibniz nos propone dos bibliotecas: una de cien libros distintos, de distinto valor, otra de cien libros iguales, todos perfectos.Es significativo que la última conste de cien Eneidas. Voltaire escribe que, si Virgilio es obra de Homero, éste fue de todas sus obras la que le salió mejor. Diecisiete siglos duró en Europa la primacía de Virgilio; el movimiento romántico lo negó y casi lo borró. ahora lo perjudica nuestra costumbre de leer libros en función de la historia, no de la estética.
    La Eneida es el ejemplo más alto de lo que se ha dado en llamar, no sin algun desdén, la obra épica artificial, es decir la emprendida por un hombre, deliberadamente, no la que erigen, sin saberlo, las generaciones humanas. Virgilio se propuso una obra maestra; curiosamente la logró.
    Digo curiosamente; las obras maestras suelen ser hijas del azar o de la negligencia.
    Como si fuera breve el texto poema ha sido limado, línea por línea, con esa cuidadosa felicidad que advirtió Petronio, nunca sabré por qué, en las composiciones de Horacio. Examinemos casi al azar añlgunos ejemplos.
    Virgilio no nos dice que los aqueos aprovecharon los intervalos de oscuridad para entrar en Troya; habla de los amistosos silencios de la luna. No escribe que troya fue destruida; escribe Troya fue. No escribe que un destino fue desdichado; escribe De otra manera lo entendieron los dioses. Para expresar lo que ahora se llama panteísmo nos deja estas palabras: Todas las cosas están llenas de Júpiter. Virgilio no condena la locura bélica  de los hombres; dice El amor del hierro. No nos cuenta que Eneas y la Sibila erraban solitarios bajo l aoscura noche entre sombras, escribe:

    Ibant obscuri sola sub nocte per umbram

    No se trata, por cierto, de una mera figura de la retórica, del hipérbaton; solitarios y oscura no han cambiado su lugar en la frase; ambas formas, la habitual y la virgiliana corresponden con igual precisión a la esccena que representan.
    La elección de cada palabra y de cada giro hace que Virgilio, clásico entre los clásicos, sea también de un modo sereno, un poeta barroco.Los cuidados de la pluma no entorpecen la fluida narración de los trabajos y venturas de Eneas.Hay hechos casi mágicos; Eneas, prófugo de Troya, desembarca en Cartago y ve en las paredes de un templo imágenes de la guerra troyana, de Príamo, de Aquiles, de Héctor y su propia imagen entre otras. Hay hechos trágicos; la reina de Cartago, que ve las naves griegas que parten y sabe que su amante la ha abandonado. Previsiblemnte abunda lo heroico; estas palabras dichas por un guerrero: Hijo mío, aprende de mí el valor y la fortaleza genuina; de otros, la suerte.
    Virgilio.De los poetas de la tierra no hay uno solo que haya sido escuchado con tanto amor. Más allá de Augusto, de Roma y de aquel imperio que a través de otras naciones y de otras lenguas, es todavía el Imperio. Virgilio es nuestro amigo. Cuando Dante Alighieri hace de Virgilio su guía y el personaje más constante de la Comedia, da perdurable forma estética a lo que sentimos y agradecemos todos los hombres.


Jorge Luis Borges, Biblioteca personal, Alianza Editorial, 2007

02 abril, 2022

Bukowski y la guerra

 



Puede ser  provocador sarcástico procaz y de pronto, -a quemarropa-, soltar un verso digno -por su lirismo- de un poeta provenzal.  Todo ello y la ironía de su  humor. Es  un campeón de la anticorrección para tiempos  sofronizados pero no menos crueles que los de  siempre. Como  dejó escrito,  

"mientras siga habiendo/seres humanos por ahí/ no podrá jamás estar/ en paz/ningún individuo/sobre la tierra."
                                 


Mademoiselle from Armentières


if you gotta have wars
I suppose World War One was the best.
really, you know, both sides were much more enthusiastic,
they really had something to fight for,
they really thought they had something to fight for,
it was bloody and wrong but it was Romantic,
those dirty Germans with babies stuck on the ends of their
bayonets, and so forth, and
there were lots of patriotic songs, and the women loved both the soldiers
and their money.

the Mexican war and those other wars hardly ever happened.and Civil War, that was just a movie.

the wars come too fast now
even the pro-war boys grow weary,
World War-Two did them in,
and then Korea, that Korea,
that was dirty, nobody won
except the black marketeers,
and BAM!-then came Vietnam,
I suppose the historians will have a name and a meaning for it,
but the young wised up first
and now thw old are getting wise,
almost everybody's anti-war,
no use having a war you can't win,
right or wrong.

hell,I remember when I was a kit it
was 10 or 15 years after World War One was over,
we built model planes of Spads and Fokkers,
we bought Flying Aces magazine at the newsstand
we knew about Baron Manfred von Richthofen
and Capt. Eddie Rickenbacker
and we fought in dream trenches with our dreams rifles and had dream
bayonets fights with the dirty
Hum...
and those movies, full of drama and excitement,
about good old World War One,where
we almost got the Kaiser, we almost kipnapped
him once,
and in the end
we finished off all those spike-helmeted bastards forever.

the yound kids now, they don'tbuild model warplanes
nor do they dream fight in dream rice paddies,
they know it's all useless, ordinary,
just a job like
sweeping the streets or picking up the garbage,
they'd rather go watch a Westwern or hang out at the
mall or go to the zoo or a football game, they're
alredy thinking of college and automobiles and wives
and homes and barbacues, they're alredy trapped
in another kind of dream, another kind of war,
and I guess it won't kill them as fast, at least not
physically.

it was wrong but World War One was fun for us
it gave us Jean Haelow and James Cagney
and "Mademoiselle from Armentières, Parley-Voo?"
it gave us
long afternoons and evenings of play
(we didn't realize that many of us were soon to die in another war)
yes,they fooled us nicely but we were young and loved it-
the lies of our elders-
and see how it has changed-
they can't bullshit
even a kid anymore,
not about all that.

Mademoiselle de Armentières

si tiene que haber guerras
supongo que la Primera Guerra Mundial fue la mejor.
en serio ¿sabes?, ambos bandos eran mucho más entusiastas,
de verdad tenían algo por lo que luchar,
de verdad creían que tenían algo por lo que luchar,
fue sangrienta y equivocada pero fue Romántica,
los cerdos de los alemanes ensartando bebés en las puntas de sus bayonetas , y todo eso, y
había montones de cantos patrióticos, y las mujeres adoraban tanto a los soldados
como su dinero.

la guerra de México y todas las demás guerras
apenas si existieron.
y la Guerra Civil, eso fue sólo una película.

ahora las guerras se suceden ,muy deprisa
hasta los tipos belicistas se cansan,
la Segunda Guerra Mundial los dejó agotados,
y luego Corea, esa Corea,
aquello fue repugnante, no ganó nadie
salvo el mercado negro,
y ¡PUM! -entonces llegó Vietnam,
supongo que los historiadores le darán un nombre y un sentido,
pero primero se espabilaron los jóvenes
y ahora están espabilándose los viejos,
casi todo el mundo está contra la guerra,
es inútil hacer una guerra que no puedes ganar,
sea justa o injusta.

carajo, me acuerdo de cuando era un chaval, hacía
10 o 15 años que había terminado la Primera Guerra Mundial,
construíamos maquetas de aviones Spad y Fokker,
comprábamos la revista Ases de la Aviación en el quiosco
conocíamos al barón Manfred von Richthofen
y al capitán Eddie Rickenbaker,
y combatíamos en trincheras imaginarias con nuestros rifles
imaginarios
y luchábamos con 
bayonetas imaginarias contra los malditos
teutones...
y aquellas películas tan dramáticas y emocionantes,
sobre la vieja Primera Guerra Mundial, en las 
que casi agarrábamos al Kaiser, casi lo secuestramos 
una vez,
y al final
terminábamos con todos aquellos cabrones de cascos
puntiagudos
para siempre.

los chavales de hoy no hacen maquetas de aviones de guerra
ni imaginan combates en arrozales imaginarios,
saben que todo es inútil,  vulgar,
un trabajo cualquiera como
barrer las calleas o recoger basura,
prefieren ir a ver una del Oeste o pasar el rato en el
centro comercial o ir al zoo, a un partido de fútbol, están ya
pensando en la universidad y en coches y esposas
y  hogares y barbacoas, están atrapados
en otro tipo de ilusión, otro tipo de guerra,
y supongo que no los matará tan pronto, al menos
físicamente.

no estuvo bien pero para nosotros la Primera Guerra 
Mundial fue divertida
nos trajo a Jean Harlow y James Cagney
y lo de "Madmoiselle de Armentières, parlé vú?
nos trajo
largas tardes y noches de juego
(no nos dábamos cuenta de que muchos moriríamos 
pronto en otra guerra)
sí, nos engañaron a base de bien -las mentiras de nuestros
mayores,
pero éramos jóvenes y nos encantaba
y fíjate como ha cambiado la cosa:
esa mierda no se la traga
ya ni un niño,
por ahí no cuela.





Charles Bukowski, Los placeres del condenado, Visor,2011
Charles Bukowski, The pleasures of the damned, Harper Collins,2008

25 marzo, 2022

Bukowski solo



 

"Estamos aquí para reírnos del destino y vivir tan bien nuestra vida que la muerte tiemble al recibirnos" CH.Bukowski (6 agosto 1920-9 marzo 1994)



a good place

on any given day whether youn are
feeling good or standard or bad
you can sitin the place
among the docks
and pick yourself out a spider 
crab for $1.20 a pound
fresh and live
they will cook it for you
and you take a wooden hammer and a piece
of newspaper
to a slivered wooden table
and watch
the commercial fish boats
docked there
while you crack your spider crab
and eat it
in the sun
and suck at your beer
while the people around you are easy
and normal and tired.

yeath.
hammer that
spider crab
while
the sun shines through the
beer.
             

un lugar agradable//en un día determinado tanto si uno/ se siente bien o normal o mal/puede sentarse en este lugar/ entre fondeaderos/ y escoger un centollo/ fresco y vivo/ por un dolar veinte la libra te lo cocinan/y tú te llevas un martillo de palo y una hoja/de periódico/ a una mesa de madera astillada/y miras los barcos pesqueros/ allí atracados/ a la vez que cascas tu centollo/ y te lo comes/bajo el sol/y te bebes una cerveza/mientras la gente a tu alrededor está cómoda/ y normal y cansada//sí./casca ese/centollo/mientras/ el sol brilla a través de la/
cerveza.


30 enero, 2022

Stephen CRANE "El Hotel Azul" (II Parte y Final)


El Hotel Azul/ Primera parte






VI
    Los hombres se prepararon para salir. El tipo del Este estaba tan nervioso que le costaba mucho pasar los brazos por las mangas de su nueva chaqueta de cuero. Al vaquero le temblaban las manos mientras se enfundaba su gorra de piel. De hecho Johnnie y el viejo Scully eran los únicos que no mostraban nerviosismo. Estos preliminares seguían sin palabras.
    Scully abrió la puerta de golpe.
    -Bueno, vamos -dijo.
    En seguida un terrible viento azotó la llama de la lámpara, mientras una nube de negro humo escapaba de la chimenea. La estufa estaba a medio camino de la ráfaga de aire y su voz creció hasta igualar el rugido de la tormenta. Algunas de las maltratadas cartas fueron arrancadas del suelo y proyectadas, indefensas, contra la pared del fondo. Los hombres inclinaron sus cabezas y se lanzaron a la tempestad como si fuese el mar.
    No nevaba, pero grandes torbellinos y nubes se lanzaban ululando hacia el sur, rápidos como balas, llevándose la nieve arrancada del suelo por vientos frenéticos. Aquella tierra nevada tenía el azul lustroso de un satén sobrenatural, y no se veía otro color salvo el de la luz resplandeciente como una joya pequeña, del lugar -que ahora parecía terriblemente lejano- donde se encontraba la baja y negra estación de ferrocarril. Mientras los hombres se desplazaban con dificultad entre la nieve que les alcanzaba a  los muslos, se percataron de que el sueco les estaba gritando algo. Scully fue hacia él, le puso la mano en el hombro y se le acercó y aguzó el oído.
    -¿Qué es lo que está diciendo? -gritó.
    -Digo -volvió a vociferar el sueco- que no podré aguantar mucho contra esta camarilla. Sé que me vais a atacar todos a la vez.
    Scully le dio una palmada en el brazo.
    -¿Pero, qué dice, hombre? -prorrumpió.
    El viento arrancó las palabras de los labios de Scully y las  esparció a lo lejos.
    -Sois una pandilla de...-bramó el sueco, pero la tormenta  también se apoderó del final de aquella frase.
    Dándole inmediatamente la espalda al viento, los hombres habían dado la vuelta a la esquina, hacia el lado protegido del hotel. La función de la pequeña casa era la de preservar aquí, en medio de aquella gran desolación nevada, una forma de V irregular con hierba helada que crujía bajo sus pies. No faltaban montículos de nieve en las esquinas azotadas por el viento. Cuando todos habían alcanzado la relativa tranquilidad de aquel lugar vieron que el sueco seguía clamando.
    -¡Oh, ya sé qué habéis pensado! Sé que saltaréis todos sobre mí...¡pero puedo con todos vosotros!
    Scully se volvió hacia él cual pantera.
    -No tendrá que darnos una paliza a todos. Sólo tendrá que dársela a mi hijo Johnnie. Y el listo que pretenda estorbarle mientras lo haga tendrá que vérselas conmigo.
    Las disposiciones se decidieron enseguida. Los dos hombre se enfrentaron, obedeciendo las ásperas órdenes de Scully cuya cara, en la penumbra levemente alumbrada, bien se podía comparar a las austeras e impersonales líneas en las caras de los veteranos romanos. Los dientes del tipo del Este castañeaban, a la par que él daba saltos como un juguete mecánico. El vaquero estaba inmóvil como una roca.
    Los oponentes no se habían quitado ninguna prenda. Cada uno tenía su apariencia habitual. Tenían los puños en alto y se observaban con una calma en la que se entrelazaban elementos de crueldad leonina.
    Durante esta pausa, la mente del tipo del Este, como en una película, memorizó unas impresiones duraderas de los tres hombres: el maestro de ceremonias con nervios de acero; el sueco, pálido, estático, terrible; y Johnnie, sereno pero fiero, brutal pero heroico. Había en todo este preludio más tragedia de la que hay en la acción, y este aspecto se veía acentuado por el largo y suave ulular de la ventisca, conforme iba precipitándose la rodante y quejumbrosa nieve hacia el negro abismo del sur.
    -¡Ahora! -dijo Scully.
    Los dos contrincantes se lanzaron hacia adelante y chocaron como bueyes el uno contra el otro. Se oyó el sonido amortiguado de golpes y una blasfemia  saliendo de entre los dientes apretados de uno de ellos.
    En cuanto a los espectadores, el tipo del Este, aliviado, dejó escapar con violencia el aliento que había contenido a causa de la tensión de los preliminares. El vaquero dio un salto en el aire profiriendo un alarido. Scully estaba inmutable como si estuviera sumamente asombrado y aterrado ante la furia del combate que él  mismo había permitido y arreglado.
    Por un momento, el encuentro en la oscuridad fue tal mezcla de brazos que volaban que no parecía verse más que cuando se ve una rueda girando rápidamente. De vez en cuando brillaba una cara como iluminada por una destello de luz, una cara espantosa y marcada por manchas rosadas. Unos instantes después, los hombres hubiesen podido ser sombras si no se oyeran las blasfemias involuntariamente proferidas que llegaban de ellos en murmullos.
    De  repente, un brutal deseo guerrero se apoderó del vaquero, y se echó hacia delante con la velocidad de un caballo salvaje.
    -¡Ánimo, Johnnie! ¡Dale! ¡Mátale! ¡Mátale!
    Scully se enfrentó  a él.
    -Quédese atrás -dijo, y por su mirada el vaquero podía estar seguro de que aquel hombre era el padre de Johnnie.
    Al tipo del Este la parecía una lucha monótona e inmutable que abominaba. Esta amalgama confusa le parecía eterna; se concentraba en desear el final, el inestimable final. En un momento dado los combatientes se bambolearon hacia él y al precipitarse torpemente hacia atrás, les oyó respirar como hombres en el potro de tormento.
    -¡Mátale, Johnnie! ¡Mátale! ¡Mátale! ¡Mátale!
    La cara del vaquero estaba torcida como la de una de esas máscaras que hay en los museos.
    -Quédese quieto -dijo Scully con voz glacial.
    Entonces se oyó un gruñido repentino y fuerte, incompleto, interrumpido de golpe, y el cuerpo de Johnnie fue apartado lejos del sueco y se desplomó en la hierba con una pesadez espeluznante. El vaquero apenas llegó a tiempo para impedir al sueco loco que se abalanzara sobre su postrado adversario.
    -Nada de eso -dijo el vaquero, interponiendo un brazo entre ambos-. Espere un momento.
    Scully estaba al lado de su hijo.
    -¡Johnnie! ¡Johnnie, hijo mío! -En su voz se apreciaba una ternura melancólica-.¡Johnnie! ¿Crees que puedes seguir?
    Miró ansiosamente hacia la cara sangrante e informe de su hijo.
    Hubo un momento de silencio, y entonces contestó Johnnie con su voz de siempre:
    -Sí, yo ...es...Sí.
    Ayudado por su padre luchó para ponerse en pie.
    -Ahora espera un rato hasta recobrar el aliento -dijo el anciano.
    Unos pasos más allá el vaquero estaba sermoneando al sueco.
    -¡Nada de eso! ¡Espere un momento!
    El tipo del Este estaba tirando de la manga a Scully.
    -Oh, ya basta,imploró. ¡Ya basta! Déjelo tal y como está.¡Ya basta!
    -Bill -dijo Scully-.Sal de en medio.
    El vaquero se apartó
    -Ahora.
    Los contrincantes actuaban ahora con más cautela conforme iban avanzando hacia el embate.Se miraban fija y ferozmente, y entonces el sueco lanzó un raudo golpe que llevaba con él todo su peso. Johnnie, claro está estaba medio atontado por la debilidad, pero lo evitó milagrosamente y como el sueco se había desequilibrado, el puño de Johnnie lo dejó tendido en el suelo.
    El vaquero, Scully y el tipo del Este, soltaron vítores de alegría que recordaban un coro de triunfantes soldados, pero, antes de que concluyeran, el sueco se había levantado ágilmente y se había lanzado con ímpetu feroz hacia su enemigo. Hubo otra amalgama de brazos que volaban, y el cuerpo de Johnnie otra vez fue apartado bruscamente y cayó al suelo como caería un fardo de un tejado. El sueco enseguida se tambaleó hacia un árbol azotado por el viento y se apoyó en él, respirando como un motor, mientras sus ojos salvajes y llameantes, iban de una cara a otra mientras los hombres se inclinaban sobre Johnnie. Su situación le daba un esplendor aislado en aquel momento y el tipo del Este lo sintió una vez cuando levantando la vista del hombre del suelo, contempló la misteriosa y solitaria silueta que allí esperaba.
    -¿Estás mejor, Johnnie? -preguntó Scully con voz rota.
    El hijo resolló y abrió los ojos lánguidamente. Después de un momento contestó:
    -No...no lo estoy...nada mejor...ya...no.
    Entonces, a causa de la vergüenza y el mareo que sentía, empezó a sollozar. Las lágrimas cavaron surcos en las manchas de sangre de su cara.
    -Era demasiado...demasiado...demasiado pesado para mí.
    Scully se enderezó y se dirigió a la silueta que esperaba.
    -Forastero -dijo con voz serena-, ya hemos perdido.
    Entonces su voz cambió y tomó la vibrante ronquera que suele ser el tono empleado para dar las más sencillas y terribles noticias.
    -Johnnie está vencido.
    Sin replicar, el ganador salió en dirección a la puerta principal del hotel.
    El vaquero estaba formulando nuevas e irrepetibles blasfemias. El tipo del Este se asustaba  al descubrir que estaban en medio de una ventisca que parecía venir directamente de los sombríos témpanos árticos. Otra vez volvió a oír el alarido de la nieve conforme era arrastrada hacia su tumba en el sur. Entonces se dio cuenta de que todo ese tiempo el frío le había penetrado cada vez más profundamente y se sorprendió de no haber perecido. Sentía indiferencia por la condición del perdedor.
    -Johnnie, ¿puedes caminar? -preguntó Scully.
    -¿Le he hecho...hecho daño? -preguntó el hijo.
    -¿Puedes caminar, hijo? ¿Puedes caminar?
    La voz de Johnnie se alzó de súbito. e
En ella se percibía una gran impaciencia.
    -¡Te he preguntado si le he hecho daño!
    -Sí, sí, Johnnie -contestó el vaquero consolándole-.Está malherido.
    Le levantaron del suelo y una vez de pie se alejó vacilante, rechazando todos los intentos de ayuda. Cuando todos dieron la vuelta a la esquina casi les cegó el azote de la nieve. Les quemaba la cara como fuego. El vaquero llevó a Johnnie a través de la ventisca hasta la puerta. A su entrada algunas cartas volvieron a volar desde el suelo y a golpear el muro.
    El tipo del Este se precipitó hacia la estufa. Se había enfriado tanto que casi se atrevió a abrazar el metal reluciente. El sueco no se encontraba en la habitación, Johnnie se dejó caer en una silla y doblando los brazos alrededor de sus rodillas, enterró su cara entre ellos. Scully, calentándose un pie y luego otro en el borde de la estufa, murmuraba para sí mismo con céltica pesadumbre. El vaquero se había quitado la gorra de piel y con aire atontado y desconsolado se pasaba una mano por sus alborotados rizos. Por encima de sus cabezas podían oír el crujir de la madera, conforme el sueco caminaba pesadamente arriba y abajo de su cuarto.
    La triste quietud fue interrumpida por la súbita  apertura de la puerta que daba a la cocina. Fue seguida en el acto de una invasión de mujeres. Se precipitaron sobre Johnnie en medio de un coro de lamentos antes de llevarse a su presa a la cocina para allí ser bañada y arengada con esa mezcla de simpatía e insulto que es una hazaña de su sexo, la madre se enderezó y le clavó al viejo Scully una mirada de duro reproche,
    -¡Deberías avergonzarte, Patrick Scully! -gritó ella-. Y tu propio hijo. ¡Deberías avergonzarte!
    -¡Basta ya!¡Cálmate de una vez!-dijo débilmente el anciano.
    ¡Deberías avergonzarte, Patrick Scully!
    Las muchachas, adoptando esta consigna, arrugaron la nariz despectivamente hacia los temblorosos cómplices, el vaquero y el tipo del Este. Y entonces se llevaron a Johnnie en brazos, dejando a los tres hombres hundidos en funestas reflexiones.
                                        VII
    -Me gustaría pelear yo mismo con ese holandés -dijo el vaquero rompiendo un largo silencio.
    Scully sacudió tristemente la cabeza.
    -No, eso no. No estaría bien, no estaría bien.
    -Bueno, ¿y por qué no? -razonó el vaquero-. No hay ningún mal en ello.
    -No -contestó Scully con lúgubre heroísmo-. No estaría bien. Era el combate de Johnnie, y ahora no debemos acabar con ese tipo sólo porque acabó con Johnnie.
    -Sí, eso es bastante cierto -dijo el vaquero-Pero...que no se haga el listo conmigo porque quizá no pueda resistirlo.
    -Tú no le dirás ni una palabra -ordenó Scully, y en ese momento oyeron los pasos del sueco en las escaleras.
    Hizo una entrada  teatral. Abrió la puerta con un fuerte golpe y dándose aires se colocó en el centro de la habitación. Nadie miró.
    -Bueno -gritó con insolencia a Scully-, supongo que ahora usted me dirá cuánto le debo.
    El anciano permaneció impasible.
    -Usted no me debe nada,
    -¡Ja! -dijo el sueco-.¡Ja! No le debo nada.
    El vaquero se dirigió al sueco.
    -Forastero, no veo por qué viene por aquí tan contento.
    El viejo Scully en seguida se puso alerta.
    -¡Basta! -gritó alzando la palma abierta hacia ellos- ¡Bill, cállate!
    El vaquero escupió cautelosamente en la caja de serrín.
    -¿Yo? -preguntó- ¡Si no he dicho ni una palabra!
    -Señor Scully -llamó el sueco-. ¿Cuánto le debo?
    Se le veía listo para salir con la maleta en la mano.
    -Usted no me debe nada -repitió Scully igual de imperturbable.
    -¡Ja! -dijo el sueco-.Me parece que tiene razón. Me parece que si alguien debe algo a alguien es usted a mí. Eso es lo que me parece.
    Se volvió hacia el vaquero y le imitó irónicamente.
    -¡Mátale! ¡Mátale! ¡Mátale!
    Entonces soltó una carcajada victoriosa.
    -¡Mátale!
    Se desternillaba el sueco con la sorna.
    Pero era como si se hubiese reído de los muertos. Los tres hombres permanecían inmutables y silenciosos, fijando sus ojos vidriosos en la estufa.
    El sueco abrió la puerta y salió al atormenta, lanzando una mirada socarrona hacia atrás, hacia el grupo silencioso e inmóvil.

                                    [*** llegado a este punto de la narración Auster escribe: "La historia bien podría acabar ahí, porque ese momento marca el final de la acción en el hotel azul, y a su modo habría sido un final perfecto, la brusca pero satisfactoria conclusión de una obra apasionante, pero Crane sigue adelante con otros dos capítulos para ahondar más, y luego más aún, en las consecuencias de lo que ha puesto en movimiento, transformando lo que ya era una buena historia  en un relato extraordinario"p.773]

  
    Apenas cerró la puerta Scully y el vaquero se levantaron de un salto y empezaron a blasfemar. Se pasearon pesadamente por la habitación, agitando los brazos y golpeando el aire con los puños.
    -Vaya, ¡ha sido un momento difícil! -bramó Scully-.¡Ha sido un momento difícil! ¡Con ese tipo mofándose de esa manera! ¡Hubiera dado cuarenta dólares por aplastarle la nariz en ese momento! ¿Cómo pudiste soportarlo Bill?
    -¿Cómo lo he podido soportar? -gritó el vaquero con voz temblorosa- ¿Cómo lo he podido soportar? ¡Vaya!
    El anciano explotó con su acento irlandés.
    -¡Me gustaría agarrar a ese sueco -vociferó- y echarlo al suelo y hacerle puré a palos!
    El vaquero gruñó con aprobación.
    -¡Me gustaría cogerlo por el cuello y hacerle picadillo!
    Golpeó su mano contra una silla haciendo un ruido que parecía un disparo.
    -¡Hacer picadillo a ese holandés hasta que él mismo no se pudiera distinguir de un coyote muerto!
    -Lo apalearía hasta que...
    -Le enseñaría algunas cosas...
    Y entonces los dos elevaron un grito ansioso y fanático.
    -¡Vaya! Ojalá pudiésemos...
    -¡Sí!
    -¡Sí!
    -Y entonces yo le...
    -¡Ooooh!
 
VIII
    El sueco, asiendo con fuerza su maleta, se enfrentó cual velero a la tormenta. Estaba siguiendo una línea de pequeños y miserables árboles desnudos que él sabía debían marcar el camino de la carretera. Su cara, aún recientes los golpes de los nudos de Johnnie, sintió más placer que dolor en el viento y la nieve que transportaba.
    Finalmente varias formas cuadradas se elevaron ante él, y reconoció las casas de la parte principal de la ciudad. Encontró una calle y la recorrió, inclinándose pesadamente contra el viento cada vez que, en una esquina, le sorprendía la terrible ráfaga.
    Aquello hubiera podido ser una aldea abandonada. Nos figuramos el mundo como un lugar ocupado por una humanidad conquistadora y exaltada, pero allí, con el sonar de las trompetas de la tempestad, era difícil imaginarse un planeta poblado. Entonces la existencia del hombre a uno le parece algo asombroso y otorga un encanto especial a esos piojos que por alguna razón tuvieron que aferrarse a esa bola que da vueltas, perdida en el espacio, con su carga de violentos fuegos, de implacables hielos y de pululantes enfermedades. La arrogancia del hombre, según explicaba la tormenta, era el verdadero motor de la vida. No morir en ello era fanfarronería. Sin embargo el sueco encontró un saloon.
    Frente a él ardía una indomable luz roja, y los copos de nieve tomaban el color de la sangre al volar por el delimitado territorio del brillo de la lámpara. El sueco abrió la puerta del saloon de un empujón y entró. Había un gran espacio lleno de arena ante él, y al fondo cuatro hombres estaban sentados alrededor de una mesa y bebían. Por un lado de la habitación se extendía una rutilante barra y su guardián se inclinaba sobre sus codos para escuchar lo que decían los hombres de la mesa. El sueco dejó caer su maleta al suelo y, dirigiendo una sonrisa fraternal al encargado, dijo:
    -Sírvame whisky, por favor.
    El hombre puso una botella, un vaso de whisky y un vaso de espesa agua helada sobre la barra. El sueco se sirvió una exagerada cantidad de whisky y se lo bebió en tres tragos.
    -Una mala noche -comentó el encargado con indiferencia.
    Estaba haciendo la vista gorda, lo que generalmente era una especialidad de su profesión; pero en realidad estaba estudiando furtivamente las manchas de sangre medio borradas de la faz del sueco.
    -Una mala noche -volvió a decir.
    -Bueno, para mí tampoco está tan mal -repuso el sueco audazmente mientras se servía más whisky.
    El encargado cogió su moneda y la deslizó por el mostrador hacia sí hasta la plateada y brillante caja registradora. sonó una  campana; una etiqueta marcada con 20 centavos había aparecido.
    -No -prosiguió el sueco- este tiempo no está tan mal. Para mí tampoco  está tan mal.
    ¿Y? -murmuró lánguidamente el encargado.
    Los copiosos tragos llenaban dpe lágrimas los ojos del sueco, y su respiración se hacía un tanto más profunda.
    -Sí, me gusta este tiempo. Me gusta. A mí me va bien.
    Era aparentemente su propósito impartir un significado importante a aquellas palabras.
    -¿Y? -murmuró de nuevo el encargado.
    Se volvió para contemplar aparentemente a los pájaros parecidos a espirales y a las espirales parecidas a pájaros que habían sido dibujados con jabón en los espejos que había detrás de la barra.
    -Bueno, me parece que tomaré otra copa -dijo el sueco entonces-.¿Le apetece algo?
    -No, gracias; no bebo -contestó el encargado. Después preguntó:
    -¿Qué le ha pasado a su cara?
    El sueco empezó en seguida a jactarse en voz alta.
    -Pues fue en una pelea. Le he dado una tremenda paliza a un tipo de allí, en el hotel de Scully.
    El interés de los cuatro hombres de la mesa por fin se había despertado.
    -¿Quién era? -dijo uno de ellos.
    -Johnnie Scully -alardeó el sueco-.El hijo del dueño. Estará medio muerto durante unas semanas, se lo digo yo. Desde luego, le he zurrado bien. No se podía levantar, Tuvieron que llevarle en brazos a casa. ¿Les apetece un trago?
    Los hombres, de algún modo imperceptible, se volvieron instantáneamente más reservados.
    -No, gracias -dijo uno de ellos.
    El grupo era una curiosa amalgama. Dos de ellos eran prominentes hombres de negocios locales; el primero era el fiscal del distrito, y el segundo un jugador profesional de la clase conocida como legal. Pero un examen del grupo no hubiese permitido a un observador distinguir el jugador de los hombres con ocupaciones más respetables. Era, de hecho, un hombre de modales tan delicados cuando se encontraba con gente educada, y tan juicioso al elegir sus víctimas, que en la parte estrictamente masculina de la vida de la ciudad había llegado a gozar de la confianza y la admiración de todos.La gente decía de él que tenía clase.Su arte era considerado con temor y desprecio y era sin duda por esa razón que su tranquila dignidad sobresalía por encima de la tranquila dignidad de los hombres que bien podían ser sombrereros, marcadores de billares o empleados de las tiendas de comestibles. Aparte de algún ocasional viajero desprevenido que llegaba con el tren, este jugador se suponía que sólo cazaba a irresponsables y seniles granjeros, quienes, cuando la cosecha había sido buena, venían en coche a la ciudad con todo el orgullo y confianza de una estupidez absolutamente invulnerable. Cuando alguna vez se enteraban por los rumores de que un granjero de esos había sido desplumado, los hombres importantes de Romper se burlaban invariablemente con desprecio de la víctima, y si pensaban en el predador, era con una especie de orgullo al saber que no se atrevería a pensar en atacar la  sabiduría y el coraje de ellos.Además se decía que este jugador tenía una mujer y dos niños de verdad en una hermosa casita de las afueras, en la que llevaba una vida de familia ejemplar; y cuando cualquiera apenas sugería alguna discrepancia sobre aquel personaje, la multitud rápidamente vociferaba descripciones de su virtuoso círculo familiar. Entonces los hombres que llevaban ejemplares vidas familiares y los hombres que no llevaban ejemplares vidas familiares se callaban a la vez, comentando que no había más que decir.
    Sin embargo, cuando se le imponía una restricción -como, por ejemplo, cuando una camarilla de miembros del nuevo club Pollywog se negaba a dejarle aparecer en las salas de la organización, ni siquiera como espectador -el candor y la dulzura con los que aceptaba la sentencia desarmaba a muchos de sus enemigos y animaba  aún más a sus amigos para defenderle. Se destacaba invariablemente de un ciudadano respetable de Romper con tanta velocidad y franqueza que sus modales parecían ser un continuo cumplido público.
    Y no se debe olvidar el hecho fundamental de su posición en Romper. Es irrefutable que en todos los asuntos, salvo por sus ocupación,en todas las cuestiones que suelen ocurrir sin cesar entre hombres,este jugador de cartas, este embustero jugador de cartas era tan generoso, tan justo, tan moral, que en una competición hubiera contado con las conciencias de nueve de entre cada diez ciudadanos de Romper.
    Y se daba el caso de que  estaba sentado en aquel saloon con los dos principales comerciantes locales y con el fiscal del distrito.
    El sueco siguió bebiendo whisky puro, mientras escupía palabras al encargado del bar y le intentaba persuadir de que compartiera la botella con él.
    -Venga. Tómese una copa. Venga ¿Cómo?, ¿no?Bueno, tómese una copita entonces. Por Dios, he vencido a un hombre esta noche, y tengo ganas de celebrarlo. Le he dado una buena paliza, además. Caballeros -gritó el sueco a los hombres de la mesa-.¿Quieren una copa?
    -¡Chist! -dijo el encargado.
    El grupo de la mesa, a pesar de estar discretamente atento, había fingido estar charlando animadamente, pero ahora uno de los hombres levantó la vista hacia el sueco y dijo, brevemente:
    -Gracias. Ya no queremos más.
    Oyendo esta respuesta el sueco hinchó el pecho como un gallo.
    -Vaya -explotó-.Parece que no puedo encontrar a nadie en esta ciudad que beba conmigo. Así parece, ¿verdad que sí? ¡Vaya! 
    -¡Chist! -dijo el encargado.
    -Oiga -ladró el sueco- no intente hacerme callar. No lo permitiré. Soy un caballero y quiero  que la gente beba conmigo. Y quiero que beban conmigo ahora. Ahora, ¿está claro?
    Golpeó la barra con los nudillos.
    Años de experiencia habían endurecido al encargado-. Sólo se volvió más mohíno.
    -Ya le oigo -contestó.
    -Bueno -dijo el sueco-, entonces escúcheme bien. ¿Ve aquellos hombres allí? Pues van a beber conmigo y no se le olvide. Ahora observe bien.
    -Oiga -dijo el encargado-.¡De eso nada!
    -¿Y por qué? -preguntó el sueco.
Caminó con rapidez hacia la mesa, y por casualidad puso su mano en el hombro del jugador.
    -Bueno,¿qué les pasa? -preguntó iracundo- Les he invitado a beber conmigo.
    El jugador sólo volvió la cabeza y habló por encima de su hombro.
    -Amigo, no le conozco.
    -¡Diablos! -contestó el sueco-. Tómese un trago conmigo.
    -Oiga, muchacho -le avisó amablemente el jugador-, quite su mano de mi hombro y vaya a ocuparse de sus propios asuntos.
    Era un hombre pequeño y delgado, y parecía extraño oírle dirigirse al corpulento sueco con aquel tono heroicamente paternalista. Los demás hombres de la mesa no decían nada.
    -¿Cómo? ¿No quiere beber conmigo  i pequeño amigo? ¡Pues le haré beber! ¡Le haré beber!
    El sueco cogió al jugador furiosamente por la pechera, y lo estaba arrancando de su silla. Los otros hombres se levantaron de un salto. el  encargado dio rápidamente la vuelta a la barra. Hubo una gran conmoción y entonces se pudo ver una larga navaja en la mano del jugador. Hubo un movimiento fugaz y un cuerpo humano, esa ciudadela de virtud, sabiduría, poder, fue agujereado tan fácilmente como si se hubiera tratado de un melón. El sueco se desplomó con un grito de absoluta sorpresa.
    Los importantes comerciantes y el fiscal del distrito debieron retroceder como pudieron para esfumarse. El encargado se encontró agarrándose débilmente al brazo de un sillón y mirando en los ojos de un asesino.
-Henry -dijo éste último mientras secaba su navaja en una de las toallas suspendidas bajo la barra-, diles dónde pueden encontrarme. Los estaré esperando en casa.
    Y desapareció. Un momento más tarde. el encargado estaba en la calle pidiendo a gritos auxilio y también compañía en medio de la tormenta.
    El cadáver del sueco, solitario en el saloon, tenía los ojos fijos dirigidos hacia una terrible frase que coronaba la caja registradora: "Aquí se registra el importe de su adquisición". 

                                    IX    
    Meses  más tarde, el vaquero estaba friendo cerdo sobre una estufa en un pequeño rancho cerca de la frontera con Dakota, cuando fuera se oyó el rápido golpear de cascos, y en seguida entró el tipo del Este con las cartas y los papeles.
    -Bueno -dijo en seguida el tipo del Este-.Al hombre que mató al sueco le han caído tres años. No es mucho ¿verdad?
    -¿Ah, sí? ¿Tres años? -el vaquero dejó la sartén con el cerdo mientras rumiaba la noticia-.¡Tres años!No es mucho.
    -No. Ha sido una sentencia leve -repuso el tipo del Este mientras se desabrochaba las espuelas-. Parece que en Romper a todos les caía bien.
    -Si el encargado hubiera sido listo -observó el vaquero pensativo-, hubiera roto una botella sobre la cabeza de aquél holandés desde buen principio y hubiera detenido toda aquella violencia.
    -Sí, mil cosas hubieran  podido suceder -añadió con acritud el tipo del Este.
    El vaquero volvió a poner su sartén con el cerdo al fuego, pero siguió especulando.
    -Es raro ¿verdad? si no hubiese dicho que Johnnie hacía trampas estaría vivo en este momento. Era terriblemente estúpido. Y en un juego de diversión. Sin dinero. Yo creo que estaba loco.
    -Lo siento por aquel jugador -dijo el tipo del Este.
    -Bueno, yo también -dijo el vaquero-.No se merece nada de esto por matar a quien mató.
    -El sueco no hubiese muerto si todo hubiese sido legal.
    -¿No hubiese muerto? -exclamó el vaquero- ¿Todo legal? ¡Pero,  si dijo que Johnnie hacía trampas y se comportó como un necio! Y después en el saloon, ¡pero si casi pidió que le hicieran daño!
    Con todos esos argumentos, el vaquero amedrentó al tipo del Este haciéndole enfurecer.
-¡Eres un cretino! -gritó fieramente el tipo del Este-. Eres un necio un millón de veces mayor que el sueco. Ahora déjame decirte algo. Voy a decirte algo. ¡Escucha!¡Johnnie estaba realmente haciendo trampas!
-¿Johnnie? -dijo el vaquero sin expresión.
    Hubo un minuto de silencio y entonces dijo con seguridad:
    -Pero no. Aquella partida era sólo para divertirnos.
    -Diversión o no -dijo el tipo del Este-.Johnnie hacía trampas. Le vi. Lo sé. Le vi. Y me negué a levantarme y ser un hombre. Dejé que el sueco se peleara solo. Y tú...tú no estabas más que jadeando en aquel sitio con ganas de pelea. ¡Hasta el mismo Scully! ¡Todos fuimos cómplices! Este pobre jugador ni siquiera es un nombre. Es una especie de adverbio. Cada pecado es el resultado de una colaboración. Nosotros cinco hemos colaborado en el asesinato de aquel sueco. en general hay entre doce y cuarenta mujeres implicadas en cada asesinato. Pero en este caso parece haber tan sólo cinco hombres: Tú, yo, Johnnie, el viejo Scully; y aquel tonto de jugador con mala pata, sólo llegó como la culminación, el climas de un movimiento humano y a él se le castiga.
    El vaquero, ofendido, se rebelaba y gritaba ciegamente en la bruma de esta misteriosa teoría:
    -Bueno, yo no tengo la culpa de nada ¿verdad?