La biografía de John Fante en Wikipedia recuerda cómo sus novelas pasaron bastante desapercibidas hasta que Bukowski las "rescató" invocando el nombre de Fante como una de sus influencias principales. Los versos conmovidos de El vino de la eternidad son testigo.
Es difícil saber cuál de las historias que componen El vino de la juventud, es la que lee Bukowski esa tarde. Pudiera ser Camino del Infierno o cualquiera de las otras historias que componen el libro, o alguna de sus otras entrañables novelas. Pero la voz de John Fante sería la misma, sencilla, precisa, capaz de tender el vasto puente que lleva hasta las cosas puras y mágicas,que hieren y desgarran, según Bukowski.
Una biografía :John FANTE, la gran tragicomedia americana
el vino de la eternidad
releo en la cama algo de
El vino de la juventud
de Fante
en esta tarde
mi enorme gato
CUBILETE
dormido a mi
lado.
la escritura de algunos
hombres
es como un vasto puente
que te lleva
hasta
las muchas cosas
que te hieren y desgarran.
las emociones
puras y mágicas de Fante
impregnan el claro
verso
sencillo.
que este hombre muriera de
una de las más lentas y
terribles muertes
que haya presenciado o
me hayan
contado...
los dioses no tienen
favoritos
dejo caer el libro
a un lado.
el libro a un lado,
el gato al
otro...
John, haberte conocido,
incluso de aquella manera
ha sido el acontecimiento de mi
vida. no puedo decir
que habría muerto por
ti, eso no lo habría llevado
muy bien.
pero me alegro de haberte visto
otra vez
esta
tarde.
The wine of forever/ re-reading some of Fante's/ The wine of Youth/in bed/ this mind-afternoon/my big cat/ BEAKER/asleep beside/me//the writing of some/men/is like a vast bridge/ that carries you/ over/ the many things/ that claw and tear.//Fante's pure and magic/ emotions/ hand on the simple/ clean/line.//that this man died/ one of the slowest and/ most horrible deaths/ that I ever witnessed or/ heard/ about...//the gods play no/ favorites./I put the book down/ beside me.//book on one side,/cat on the other.../John, meeting you,/ even the way it/ was was the even of my/ life.I can't say/ I would have died for/ you, I couldn't have handled/ it that well.//but it was good to see you/again/this/ afternoon.
***Charles Bukowski, Los placeres del condenado, Visor, 2011
***Charles Bukowski, The pleasures of the damned, HarperCollins (original inglés)
,
CAMINO DEL INFIERNO
I
Cuando vas a confesar debes contarlo todo. Quien esconde un pecado se mete en problemas de inmediato, porque aunque engañes al cura, no es fácil engañar a Dios. En realidad, no puedes. Todos los viernes, en Santa Catalina, recibimos instrucciones en el confesionario. Nuestra maestra es la hermana Mary Joseph, que es la que nos habla de la omnisciencia de Dios, que significa que lo sabe todo. Lo ejemplifica con la historia del Muchacho que intentó esconder un pecado en el confesionario.
La hermana Mary Joseph nos contó que este chico era un buen Muchacho. Estudiaba con ganas y sacaba buenas notas. Obedecía a su padre y a su madre y rezaba sus oraciones por la mañana y por la noche. No decía palabrotas y todos sus pensamientos eran puros. Todos los sábados se confesaba y todos los domingos por la mañana iba a comulgar. Como puede verse, no había nada malo en un Muchacho como aquel.
Pero era como todo. En cuanto un chico se porta bien, llega el Diablo, es decir, la Tentación. Incluso un buen Muchacho como aquél tenía un montón de tentaciones. La hermana Mary Joseph decía que un día este Muchacho iba paseando por la ciudad, engolfado en sus cosas, cuando llegó a un escaparate en el que se veían muchos bates y guantes de béisbol. El Muchacho era pobre.Tenía un guante de béisbol, pero no era muy bueno. En fin, el caso es que siempre había querido uno nuevo. En el escaparate vio la miel y de inmediato la deseó con todas sus fuerzas. Cuando quieres algo con todas tus fuerzas, sobre todo si es algo que no puedes tener, se llama tentación. Él quería ese guante, pero sabía que no podía comprarlo, así que debería haberse olvidado de él. Pero no. Se quedó delante del escaparate y , cómo no, el Diablo fue a verlo. Yo sé cómo se sentía aquel Muchacho, porque he oído al Diablo a menudo, y parece que siempre esté delante de los escaparates esperando que acuda algún chico, sobre todo un chico deseoso de un guante nuevo, o de una pistola, o de cualquier cosa que cueste mucho dinero.
El Diablo le dijo al Muchacho:
-Niño mío, no seas ingenuo. Quieres ese guante y cuesta cinco dólares. Tu padre no los conseguirá, eso son habas contadas. Así que utiliza la cabeza. Entra en la tienda y coge el guante. Es un pecado, pero ¿y qué? Has sido un buen chico siempre, ¿y qué has conseguido? ¡Nada! ¡Sé listo!
El Muchacho miró el guante y se vio a sí mismo atrapando las pelotas de béisbol con una mano. Vio a los otros chicos de la ciudad apiñándose a su alrededor, acariciando su suave piel, haciéndole un montón de preguntas, suplicándole que jugara en sus equipos.
Entonces aparecía el Ángel de la Guarda de el Muchacho. La hermana Mary Joseph decía que el Ángel de la Guarda consolaba al Muchacho y era muy paciente con él.
-Mi dulce niño, recuerda que eres un buen chico, y Dios está muy contento de ti -argüía el Ángel-. Todos los guantes de béisbol de la tierra , y todos los guantes de béisbol, no valen lo que vale un segundo de gozo en el Paraíso. Si robas ese guante Dios se enfadará mucho. Te castigará, pues nada puede ocultarse a los ojos de Dios Nuestro Señor.
De repente, la hermana Mary Joseph interrumpía el relato. Toda la clase escuchaba con la boca abierta. Las chicas estaban en un lado de la clase y los chicos en el otro. Nos moríamos de ganas de que continuase la historia. La hermana Mary Joseph cruzaba las manos y sonreía.
-Y, ahora -decía-, ¿quién puede contarme lo que hizo el chico? ¿Fueron más convincentes las palabras de Satán o las del Ángel de la Guarda? ¿Robó el guante o siguió en estado de gracia al resistirse a la tentación? ¿Quién quiere dar una respuesta?
Todas las manos de la clase se levantaron y agitaron como una bandera. A todos se nos dio la oportunidad de decir algo. Entonces ocurrió algo extraño. Todas las chicas dijeron que el Muchacho no robaba el guante y todos los chicos dijeron que lo robaba. Nos pusimos a discutir. La discusión iba subiendo de tono, pero los chicos llevaban las de ganar, porque imaginábamos que el Muchacho de la historia era como nosotros, y casi todos nosotros habíamos robado alguna cosa.
Clyde Myers dijo:
-¡Seguro que lo robó! Si no lo robó es que era un chico muy raro.
-¡Vaya, vaya, Clyde Myers! -exclamó la hermana Mary Joseph.
Entonces me llegó el turno. Mi familia era pobre, así que sabía lo que tenía que decir, porque yo he birlado muchas cosas en mi vida, cosas que cuestan dinero. Quiero decir que nunca tuve muchos caramelos porque eran muy caros, así que los mangaba en la tienda de Todo a Diez Centavos. Pero había otras muchas cosas que nunca se me había ocurrido robar, porque ya las teníamos en casa en abundancia. Por ejemplo espaguetis. Bueno, mi familia era pobre pero en casa siempre había kilos de espagutis, así que nunca se me ocurrió robar espaguetis. Pero si los espaguetis fueran tan buenos como los caramelos, y tan difíciles de conseguir, habría robado un montón.
-Entró y robó el guante -dije- y eso es lo que hizo.
Clyde Myers y yo éramos amigos. Su familia no era pobre, pero no le comprarían un guante de béisbol porque temían que se rompiera el cuello o algo parecido jugando al béisbol. Y lo que pasaba es que Clyde había robado un guante no uno nuevo en una tienda, sino uno viejo en el gimnasio.
-No- objetó Clyde-. Si lo robó fue porque su familia no le dejaba tener un guante.
Así que lo que ocurrió fue que los chicos se pusieron en el lugar del Muchacho y cada uno adujo una razón diferente para que el Muchacho robara el guante. Pero todas las razones eran muy buenas. Las chicas, en cambio, no tuvieron ninguna posibilidad. Ellas no querían que el muchacho de la historia fuera un ladrón, así que decían que no lo era y ya está. Pero la idea cayó en saco roto. A las chicas no les gustó la situación, porque sabían que iban perdiendo el debate. Casi llegó a convertirse en pelea. Entonces las chicas se enfurruñaron y se enfadaron. Al cabo del rato ya no quisieron levantar la mano. Fingían que ni siquiera estaban escuchando.
Y la hermana Mary Joseph continuó con la historia:
-Por desgracia -dijo-, los chicos tienen razón en este caso. El héroe de nuestra pequeña historia sucumbió a la tentación. Haciendo caso omiso de los consejos del Ángel de la Guarda, entró en la tienda y, cuando los ojos del propietario estaban mirando a otro lado, se dejó vencer por la tentación, desobedeciendo así lo que prescribe Dios en el octavo mandamiento. A pesar de la angustia y las protestas de su querido Ángel de la Guarda, a pesar de la tortura de su propia conciencia, sucumbió a su debilidad y, alentado por la mano de Lucifer, cometió un pecado mortal...
Con todo aquello la hermana Mary Joseph quiso decir que el Muchacho entró en la tienda, vio que no había moros en la costa, se metió el guante debajo del jersey, pegado a la barriga, y salió corriendo. Al día siguiente apareció en la escuela con un bonito guante de béisbol sin estrenar. Tal como había imaginado, todos los chicos lo envidiaron. El problema empezó cuando le preguntaron de dónde había sacado un guante tan chulo. Les dijo que se lo había dado su padre. Ésa fue la Mentira Número Uno. Alguien le preguntó cuánto le había costado. El Muchacho dijo que no lo sabía. Ésa fue la Mentira Número Dos, pues el guante estaba valorado en cinco dólares. Inmediatamente siguió la Mentira Número Tres; el muchacho vio la oportunidad de poner a los demás verdes de envidia y contó a sus amigos que el guante era en realidad un regalo que había hecho Babe Ruth a su padre. Esto incitó a los chicos a preguntar al muchacho cómo era que su padre conocía a un jugador tan importante como Babe Ruth. El chico les ofreció las Mentiras Número Cuatro y Número Cinco al decirles que su padre y Babe habían ido juntos a la escuela en San Francisco, donde habían jugado en el mismo equipo. La Mentira Número Seis fue aún peor. El muchacho contó a sus amigos que Babe Ruth consideraba a su padre lo bastante bueno para jugar en las grandes ligas. La Mentira Número Siete fue terrible. El muchacho contó que, en realidad, su padre había sido un gran jugador de béisbol de liga mayor, con los Boston Red Sox.
Al final de la semana, el Muchacho había contado tantas mentiras que sólo Dios, que lo sabe todo, conocía el número exacto. el muchacho había aprendido que el funesto camino que conducía a la fama y alas cosas de la carne pasaba por robar y por mentir para disfrazar el robo. Era como una bola de nieve que rodara colina abajo, que aumentaba de velocidad con cada vuelta. No había forma de pararla. Estaba en el Camino del Infierno.
II
Al llegar el sábado, el muchacho tuvo la oportunidad de confesarse, contar sus pecados y volver al Camino del Paraíso y la gracia santificadora. La hermana Mary Joseph se detuvo de nuevo. Todos los alumnos estaban preocupados por el Muchacho. Nos sentimos mejor cuando la hermana dijo que fue a confesarse ese sábado. Ah, pero ocurrió algo horrible. Había sido compañero de Lucifer demasiado tiempo. Cuando entró en el confesionario, un gran temor invadió al Muchacho. No fue capaz de contarle al cura que había robado un guante de béisbol. Estaba bajo la maldición del Diablo. Tosió, tartamudeó y finalmente se rindió. El cura no sabía que el Muchacho le estaba ocultando algo, así que le dio la absolución e hizo la señal de la cruz. El Muchacho salió de la iglesia bañado en sudor y Satanás reía como un desalmado, porque Satanás sabía que le había jugado una mala pasada al cura.
Pero no a Dios, porque eso es imposible. Durante toda la noche el Muchacho pensó en lo que había hecho. El gusano de la conciencia lo roía por dentro como una rata gorda, y no pudo pegar ojo. ante el se abrían las fauces del Infierno y a sus espaldas titilaban los candiles del camino que conducía a la Dicha Eterna. ¿Estaba condenado este Muchacho o no ? La hermana Mary Joseph se quitó las gafas y las limpió, y su rostro estaba impasible y algo triste. Por lo que sabíamos, algo horrible iba a suceder. Se puso las gafas y habló. Mal lo tenía el pobre Muchacho.
Ocultar un pecado en el confesionario ya era malo de por sí, un pecado mortal, pero comulgar después era el peor pecado posible, un sacrilegio. El domingo por la mañana el Muchacho se levantó y con cara de sueño fue a misa con sus padres. Era una familia piadosa y humilde que siempre comulgaba el domingo por la mañana. Entonces llegó la gran prueba. ¿Se atrevería el Muchacho a decepcionar a sus padres y ser piedra de escándalo no comulgando? ¿O caería más profundamente en las garras de Lucifer? El Muchacho se encontraba en una tesitura difícil. Si no comulgaba, su familia sabría que algo iba mal, y después de la misa lo obligarían a cantar de plano. Eso significaría la pérdida del guante de béisbol de nuevo, además de la zurra que le daría su padre, que era un hombre piadoso que le tenía horror al demonio. Pero si mantenía la boca cerrada y comulgaba, engañaría a sus padres y seguiría y teniendo el guante. Ah, sí, pero ¿podría engañar a Dios? He ahí la cuestión.
Y entonces fue cuando el Muchacho cometió el gran error. Hasta entonces había engañado a sus amigos, al cura y a sus padres. Ebrio de poder y hechizado por Satán, desafío al Ser Supremo. Y allí, arrodillado al lado de sus humildes padres, tomó la decisión que resultaría un error fatal. Con pecado o sin pecado, con Dios o con el Diablo, quería aquel guante de béisbol. Decidió, que pasara lo que pasara, iría a comulgar.
Concluida la consagración, anduvo por la nave central y se arrodilló en el comulgatorio. Al lado de sus humildes padres esperó a recibir el Santísimo Sacramento. ¿Conocería el cura el negro horror del alma de aquel Muchacho? ¿Ocurriría un milagro? ¿Fulminaría Dios con Su ira a aquel pecador que se había vendido a Lucifer? Ninguno de la clase lo sabía. Era la historia de la hermana Mary Joseph y no podíamos adivinar el final. Pero la verdad es que la cosa pintaba mal para el Muchacho.
El cura bajó del altar y dio la Sagrada Comunión a los miembros de su grey. La madre y el padre del Muchacho la recibieron, inclinando la cabeza, humilde y piadosamente. Entonces le llegó el turno al Muchacho. Levantó la cara y el cura puso la hostia en su lengua. No pasó nada, salvo que Lucifer rió por lo bajo, y el Muchacho inclinó la cabeza. Es decir, no pasó nada en aquel momento.
Pero cuando volvió a su banco, el Muchacho experimentó una ligera transformación. Sintió una rigidez en los huesos, empezando por los pies. La rigidez avanza hacia arriba. Le llegó a las rodillas. Luego a la cintura. Poco a poco empezó a subirle por la espalda. Le llegó al cuello y siguió en busca de los ojos y las orejas. Y seguía avanzando. Finalmente lo cubrió entero. Dios había respondido al desafío de Lucifer. El Diablo dejó de burlarse y huyó. ¡Porque el Muchacho se había convertido en piedra!
Cuando oímos aquello, también nosotros nos quedamos de piedra. Toda la clase se sumió en un silencio sepulcral. Hasta que nos dimos cuenta que la historia de la hermana Mary Joseph había terminado. Había erguido el busto y sonreía.
-Y la moraleja de la historia es ésta -dijo- . Hay que decir siempre la verdad, en el confesionario o fuera de él. Evitar la tentación. No pensar nunca en robar. No contar pequeñas mentiras ni grandes mentiras ni ninguna clase de mentiras. Sed sinceros hasta el final.
La clase dio un suspiro de alivio. ¡Algunos de nosotros exclamamos uuuufff! Nos alegramos de que la historia hubiera terminado.
III
Después de clase, Clyde Myers y yo íbamos por el centro de la ciudad. Íbamos haciendo el tonto, mirando los escaparates. El escaparate de la ferretería estaba abarrotado de equipos de béisbol: pelotas, bates y guantes.
-Vamos a entrar -dijo Clyde-. Diremos que solo queremos mirar.
Clyde se fue por un pasillo y yo me fui por el otro. Los dependientes no nos hicieron ningún caso. Había un cesto lleno de pelotas de béisbol. Podía haber cogido las que hubiera querido, pero no me apetecía. Nos cruzamos en la parte trasera de la tienda y Clyde recorrió mi pasillo y yo recorrí el suyo. Nos encontramos en la parte delantera y volvimos a la calle.
-¿Has cogido algo?- preguntó Clyde.
-No -respondí.
-Yo tampoco.
Nos quedamos un rato delante del escaparate, mirando los equipos de béisbol.
-¿Crees que ese Muchacho se convirtió realmente en piedra? -preguntó Clyde.
-Qué va -respondí-. No son más que tonterías.
-Pues claro -dijo-,Un montón de bobadas.
-Bueno -dije, hasta luego.
-Hasta luego -respondió-. Nos vemos mañana.
John FANTE, El vino de la juventud, Anagrama,2013
-
No hay comentarios:
Publicar un comentario