Saul Bellow ( 1915-2005) aunque nació en Canadá en una familia judía de origen ruso se consideraba de Chicago donde vivió desde los nueve años. Chicago la trepidante ciudad de los primeros rascacielos, los negocios cárnicos ,los nudos ferroviarios, los gansters, el jazz... se había fundado en 1837 al sudoeste del lago Michigan y pronto se convirtió en uno de los núcleos urbanos más activos y dinámicos de EE.UU y por ello en polo de atracción de inmigrantes de todos l0s orígenes.
Saul Bellow , uno de los grandes escritores norteamericanos del siglo XX , Premio Nobel de Literatura 1976 de una de cuyas reconocidas novelas, "Herzog", dice Philip Roth aludiendo a su protagonista:
"Este Herzog es la mayor creación de Bellow, el Leopold Bloom de la literatura norteamericana, con una diferencia: en Ulises, la mente enciclopédica del autor se transmuta en carne lingüística en la novela, y Joyce nunca cede a Bloom su gran erudición, ni su intelecto, ni su abarcadura retórica; Bellow, en cambio,dota a su protagonista de todo eso, no sólo de un estado de ánimo y una mentalidad, sino también de una auténtica mente." (El oficio:un escritor, sus colegas y sus obras)
En "Todo cuenta", Galaxia Gutenberg, Bellow habla de aquellos años en la ciudad y de cómo se va iniciando en el oficio de escritor
muy joven, en plena Gran Depresión.
muy joven, en plena Gran Depresión.
Hugo Hiriart, Letras Libres, mayo 2012: la elocuencia-de-Saul-Bellow
"Chicago es una ciudad de pradera con zona portuaria..En los años veinte, era un privilegio vivir en una casa con vistas al lago. Los muy ricos construían sus mansiones en la orilla. En el calor de julio, los habitantes de las barriadas de tierra adentro iban en tranvía a la playa con sus mantas y cestas de merienda. Se dispersaban por las calles de la Gold Coast, porque la línea de tranvías acababa varias manzanas al oeste de las mansiones, hoteles y edificios de apartamentos. Así descubrían los hijos de trabajadores inmigrantes el color del dinero y el aspecto del lujo. Y aunque los Potter Palmer hubieran desaparecido años atrás, como los bisontes antes que ellos, cuanto más cerca se estaba del agua más progresos se hacía en Chicago.[...]
"En este día de enero, el termómetro marca menos de veinte bajo cero, y el lago Michigan parece la bahía del Hudson, con escamas blancas y grises, bloques de hielo arrastrados por los fuertes vientos hacia la orilla. Buques transatlánticos, que no zarparon a tiempo de Calumet Harbor, parecen inmovilizados en el horizonte, lo mismo que los guardacostas que han salido en su auxilio. En este tiempo, Chicago, que tanto ha cambiado en los últimos cuarenta años, recupera su antiguo aspecto con su helada armadura de mugre, la sal blanqueando guardabarros y puertas de coches, el humo que sale despacio de las chimeneas, el rostro y el alma encogidos frente a la furia del frío, todo igual que en los viejos tiempos.
"Ezra Pound se quejaba: "Los autores posteriores a Zola o al realismo tratan temas, tipos humanos, etc.,tan simples que resultan más entretenidos los insectos de Fabre o los pájaros y animales silvestres de Hudson". Pero en el mismo ensayo hacía la siguiente y magnífica concesión:"Muy posiblemente el arte debería ser el logro supremo, la "consumación", pero hay otra realización satisfactoria, la del hombre que se arroja a un caos indomable para, a fuerza de sacudidas y empellones, transformarle lo más posible y darle una apariencia de orden (o belleza), consciente a la vez del caos y su potencial". "Hay libros, añadía Pound, "que a pesar de sus torpezas y su falta de "consumación", su ausencia de "forma" y acabado, ofrecen algo a los mejores intelectos de la época, de una época, de cualquier época."Considero esto como una justa interpretación del asunto. Ya en mi adolescencia intuía esa verdad, en Chicago. No cabía esperar que la comprendiese plenamente, pero estimulado por los libros rusos, franceses, ingleses y alemanes que leía, la sentía profundamente.
"Chicago era un complejo de barrios industriales, un rosario de comunidades de inmigrantes: alemanes, irlandeses, italianos, lituanos, suecos, judíos alemanes en la parte sur,judíos rusos en la parte oeste, negros de Mississippi y Alabama en sombríos y extensos arrabales; [...] ¿ Qué más había?. El distrito financiero, en el centro, donde audaces arquitectos habían construido los primeros rascacielos. Y en el mundo éramos famosos por nuestras torres, nuestros mataderos, nuestros ferrocarriles, nuestra industria siderúrgica, nuestros gánsteres y nuestros timadores. Oscar Wilde pasó por aquí y trató de ser amable, Rudyard Kipling nos sometió a observación y escribió un severo testimonio.[...]Pero las barriadas humildes se expandieron, mientras los poetas se marchaban a Nueva York, Londres y Rapallo.[...]
"Hace cuarenta años solía escribir en cuadernos de tamaño folio que compraba en una tienda barata, y llegué a acostumbrarme a aquel rugoso papel amarillo, donde se corría la tinta y se enganchaba el plumín.[...] Nadie tenía dinero, pero se necesitaba muy poco para vivir de manera independiente. Se podía alquilar un cuarto pequeño por tres dólares. Todas las cafeterías servían un desayuno por quince centavos. Con el menú del día de treinta y cinco centavos se comía estupendamente.[...]
"Con los colosales altos hornos al sur, con los corrales y los mataderos centelleantes de sangre pulverizada por donde chapoteaban trabajadores croatas o negros con sus botas de goma, justo detrás; con las fábricas de grandes máquinas agrícolas, las cadenas de montaje de automóviles y los almacenes de venta por correspondencia, la interminable red de vías férreas y las lóbregas columnas romanas de los bancos del centro, la ciudad derrochaba energía, un poder que se palpaba pero no se compartía. [...] La riqueza y la ostentación, la alta sociedad con sus relaciones orientales y europeas, sus galerías pictóricas y sus teatros de ópera, bien podía pretender que había otro Chicago
.
"Además, en el Chicago de la Gran Depresión era imposible encontrar la América de Whitman. Por la noche había a mi alrededor miles de durmientes en los edificios de apartamentos y los cuartos de las pensiones, pero por la mañana todos los afortunados que tenían trabajo iban a sus fábricas, oficinas o almacenes. Cuando me asomaba a la ventana la calle ya estaba vacía, los niños asistían a clase, las amas de casa fregaban. Perros y gatos ejercían su irresponsable libertad.En la esquina de la calle no había no había mecánicos de cháchara. Si quería ver a mis amigos, amantes y camerados, había que ir al centro en metro.
"Hace cuarenta años solía escribir en cuadernos de tamaño folio que compraba en una tienda barata, y llegué a acostumbrarme a aquel rugoso papel amarillo, donde se corría la tinta y se enganchaba el plumín.[...] Nadie tenía dinero, pero se necesitaba muy poco para vivir de manera independiente. Se podía alquilar un cuarto pequeño por tres dólares. Todas las cafeterías servían un desayuno por quince centavos. Con el menú del día de treinta y cinco centavos se comía estupendamente.[...]
De manera que uno se instalaba en una habitación de tres dólares, ansiosamente civilizada con libros (principal apoyo en la vida) y unos cuantos carteles del Instituto de Arte: un Job de Velázquez que decía Noli me condemnare, un Don Quijote de Daumier cabalgando con imprecisos rasgos por el páramo castellano; y en ese polvoriento cubículo uno comprendía que se había apartado de la norma, que era un inconformista, un tipo raro.
"Con los colosales altos hornos al sur, con los corrales y los mataderos centelleantes de sangre pulverizada por donde chapoteaban trabajadores croatas o negros con sus botas de goma, justo detrás; con las fábricas de grandes máquinas agrícolas, las cadenas de montaje de automóviles y los almacenes de venta por correspondencia, la interminable red de vías férreas y las lóbregas columnas romanas de los bancos del centro, la ciudad derrochaba energía, un poder que se palpaba pero no se compartía. [...] La riqueza y la ostentación, la alta sociedad con sus relaciones orientales y europeas, sus galerías pictóricas y sus teatros de ópera, bien podía pretender que había otro Chicago
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"Yo no pertenecía a una clase que me abriera las puertas de una existencia prestigiosa. Por tanto para tener una vida importante debía buscarla a mi modo. O sea, escribiendo. Nada parecía más maravilloso, pero no estaba completamente seguro de mis capacidades. ¿Qué podía escribir yo? ¿Conocía mi lengua lo bastante bien para escribir? Tenía ideas. Me rebosaba el corazón. Estudiaba a mis autores favoritos. Iba a los traqueteantes vagones del metro leyendo a Shakespeare, a los rusos, a Conrad, a Freud, a Marx, a Nietzsche, sin orden ni concierto, ansiando que me conmovieran profundamente. Creía que podría confirmar mis propias verdades a partir de indicios aportados por mis pensadores preferidos. de modo que me desplazaba con todos los pertrechos, como una legión romana, tan dispuesto para Partia como para la agreste Bretaña, acampando con mis libros,colgando mis carteles de Velázquez y Daumier, cubriendo con una toalla las manchas de grasa de las butacas.[...]
"Además, en el Chicago de la Gran Depresión era imposible encontrar la América de Whitman. Por la noche había a mi alrededor miles de durmientes en los edificios de apartamentos y los cuartos de las pensiones, pero por la mañana todos los afortunados que tenían trabajo iban a sus fábricas, oficinas o almacenes. Cuando me asomaba a la ventana la calle ya estaba vacía, los niños asistían a clase, las amas de casa fregaban. Perros y gatos ejercían su irresponsable libertad.En la esquina de la calle no había no había mecánicos de cháchara. Si quería ver a mis amigos, amantes y camerados, había que ir al centro en metro.
No tenía intención alguna de sucumbir a lamentaciones ni bibliotecas. Estaba de acuerdo en principio con Whitman sobre los peligros del egocentrismo solitario. Me veo obligado, sin embargo, a observar que el vendedor ambulante, el mozo de cuerda, el calefactor, el trabajador fabril, tenían la vida más fácil. se ahorraban el incordio de explicarse a sí mismos [...] Creo que ahora veo adónde quería llegar. La Norteamérica de los pioneros, de los inmigrantes, la Norteámerica política, la industrial de los Carnegie, Du Pont y Henry Ford no acaparaba enteramente el espíritu humano en el Nuevo Mundo. La humanidad llevaba a cabo en ese marco americano algo que iba más allá de todas esas actividades e innovaciones, que tanta impresión, temor o rechazo suscitaban en el mundo entero. Ese algo aún no había encontrado plena expresión, y ésa era la intuición que hacía tan obstinados a los jóvenes solitarios en su búsqueda del arte.
"En el camino abierto, la separación era ideal porque concluía en el reencuentro, pero en nuestro siglo jamás se nos había planteado esa alternativa. Al menos creíamos que 1814 y 1917, y más tarde Hitler, el Holocausto e Hiroshima habían hecho de nosotros un caso particular y que el "camerado" al que Whitman tendía su afectuosa mano era ya una auténtica rara avis para la sencillez sin reservas de ese gesto.
(continúa...)
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