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La hilandera de espadas, la joven obrera en que se esconde Aracné.
HILANDO
(La hilandera, de espaldas, del cuadro de Velázquez)
TANTA serenidad es ya dolor.
Junto a la luz del aire
la camisa ya es música, y está recién lavada,
aclarada
bien ceñida al escorzo
risueño y torneado de la espalda,
con su feraz cosecha,
con el amanecer nunca tardío
de la ropa y la obra. Este es el campo
del milagro: hélo aquí,
en el alba del brazo,
en el destello de estas manos, tan acariciadoras
devanando la lana:
el hilo y el ovillo,
y la nuca sin miedo, cantando su viveza,
y el pelo muy castaño
tan bien trenzado,
con su moño y su cinta;
y la falda segura, sin pliegues, color jugo de acacia.
Con la velocidad del cielo ido,
con el taller, con
el ritmo de las mareas de las calles,
está aquí, sin mentira,
con un amor tan mudo y con retorno,
con su celebración y con su servidumbre.
Claudio Rodríguez, El vuelo de la celebración, 1976
Claudio Rodríguez (Zamora 1934- Madrid 1999 ) es uno de los grandes poetas del siglo XX ; en el poema, Hilando, se queda ensimismado ante solo un "trozo" de pintura y encuentra las palabras precisas para trasmitir una emoción intensa y hacer que cada una de ellas suene nueva, en versos de ritmo marcado y grave. Dice Jaime Siles que en la gran poesía las palabras parecen siempre recién creadas,"como si estuvieran apareciendo en el mismo instante en que se oyen o leen".
El poeta se concentra en la hermosa hilandera de espaldas que ha ideado Velázquez; el pintor ha querido mantener vivo el movimiento -de la rueca, de la devanadera, del hilo que gira con ella, de las manos que actúan- y detenerlos en la fugacidad de un instante que él hace eterno.
La figura de la muchacha, de proporción, gracia y ritmo clásicos, establece un contrapunto con la figura de la anciana. La espalda, la nuca, el brazo...y la camisa blanca resplandecen por el pincel prodigioso de Velázquez y deslumbran cuando se detienen en ellas cada palabra de Claudio Rodriguez
[Los radios de la rueca al girar difuminan y casi hacen desaparecer la mano de la hilandera anciana; cómo se mueve la devanadora y las manos que recogen el hilo en un ovillo de la hilandera joven...;es la representación del movimiento y la velocidad de "un futurista antes del Futurismo"; bajo la figura de la anciana se oculta Atenea disfrazada para que la joven devanadora, Aracne, no la reconozca .]
Velázquez, Las hilanderas o La fábula de Aracne,h. 1657, ól/lz, 220 x 289
El pintor representa a cinco obreras de la Real Fábrica de Tapices de Santa Isabel pero lo que pudiera parecer una escena cotidiana y realista, casi de costumbres, es una mitología: la fábula de Aracne que cuenta Ovidio en Metamorfosis, y que explica el tapiz del fondo donde Atenea reconviene a Aracne antes de convertirla en araña.Así castiga su osadía por desafiarla como tejedora y le hará comprender la superioridad del arte sobre la artesanía; la diferencia entre la idea creadora y la receta que se repite...
El supuesto realismo se disuelve en ambigüedades difíciles de delimitar, como las tres damas del fondo, ¿a qué lado de la realidad pertenecen, a la de las hilanderas trabajando o a la del tapiz?
Es una de sus últimas obras; la pintó después del segundo viaje a Italia; sólo le quedan tres años de vida. Velázquez no copia la realidad, la inventa; era un realista sólo en apariencia y muchas veces como en este caso no pinta la realidad visual sino una realidad construida, imaginada. Diego Angulo identificó con dos ignudi de la Capilla Sixtina el modelo para las hilanderas principales que Velázquez habría estudiado y tal vez abocetado con atención en sus dos estancias romanas; esto indica que el cuadro sucede en su mayor parte en la mente del pintor; es su invención , aunque tome algún toque ocasional de " realidad" .
Miguel Ángel, Capilla Sixtina, los dos Ignudi,que inspiraron a Velázquez para componer la imagen que forman la hilandera de la rueca y la joven devanadora.
HILANDO
(La hilandera, de espaldas, del cuadro de Velázquez)
TANTA serenidad es ya dolor.
Junto a la luz del aire
la camisa ya es música, y está recién lavada,
aclarada
bien ceñida al escorzo
risueño y torneado de la espalda,
con su feraz cosecha,
con el amanecer nunca tardío
de la ropa y la obra. Este es el campo
del milagro: hélo aquí,
en el alba del brazo,
en el destello de estas manos, tan acariciadoras
devanando la lana:
el hilo y el ovillo,
y la nuca sin miedo, cantando su viveza,
y el pelo muy castaño
tan bien trenzado,
con su moño y su cinta;
y la falda segura, sin pliegues, color jugo de acacia.
Con la velocidad del cielo ido,
con el taller, con
el ritmo de las mareas de las calles,
está aquí, sin mentira,
con un amor tan mudo y con retorno,
con su celebración y con su servidumbre.
Claudio Rodríguez, El vuelo de la celebración, 1976
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