01 diciembre, 2013

VELÁZQUEZ... LA HABITACIÓN VACÍA





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José Manuel Ballester, Madrid 1960,  pintor y fotógrafo y  premio Nacional de Fotografía 2010, ha vaciado espacios pintados y ocupados históricamente por personajes sagrados y profanos. Habían sido creados por  artistas como Fra Angelico, Botticelli, Leonardo, Velázquez, Géricault...y en un acto cercano a la magia, Ballester ha hecho desaparecer  las figuras para dejar solo  los lugares abandonados o no ocupados todavía.

En el aposento de La Anunciación de Fra Angelico ya no están ni el Ángel ni María,ni en el Paraíso adosado los compungidos Adán y Eva. Tampoco permanecen las agitadas figuras de un bosquecillo que  pintó Botticelli para un Medici,  ni los abrumados comensales de La Última Cena de Leonardo, ni los reyes, princesa y cortesanos de Las Meninas. Los personajes de Velázquez  han salido del lienzo, acompañados de los reyes que solo eran un reflejo en un espejo , porque  posaban  al otro lado  de lo representado -en el espacio del espectador- y eran pintados a su vez en en el gran lienzo que está de espaldas y en su parte pintada se refleja en el espejo.

El artista ha completado los  espacios siguiendo la lógica interna de cada pintura, posiblemente con ayuda digital y ha creado visiones enigmáticas  que  provocan en el espectador sorprendido  un ligero vértigo. Sus inesperados escenarios vacíos actúan  como artefactos de sentir,  pensar,  imaginar, sugerir,  de aportar ideas, por ausencia, por relación,  por alusiones, por afinidades, por contraste...







                                 José Manuel BallesterPalacio Real,2009. 276 x 318,4 cm,Impresión fotográfica sobre lienzo, (Col. Guggenheim)

De Las Meninas  ha quedado  la habitación  cúbica llena de atmósfera  transparente,  en la  que flotan ligeras penumbras. Velázquez  lleva a su extremo la perspectiva aérea.

 Los personajes se han ido ya,o no han llegado aún y acaba de suceder. La luz, -que indica una  estación y una  hora del día- ,es la misma en el cuadro de Velázquez y en la imagen de Ballester

El  aposento pertenece al   viejo  Alcázar  de Madrid. Un edificio de compleja arquitectura de añadidos.Un caserón que ha  ido creciendo por adición y reformas, a partir de la fortaleza musulmana del siglo IX, levantada por el emir  cordobés, Muhamad I.

Entonces la futura  ciudad era solo una fortaleza, un lugar estratégico islámico, mientras  los grupos cristianos  se organizaban con dificultad  tras las montañas del  Norte. Al  lugar  los conquistadores  le llamaron Magerit, y  antes había sido un asentamiento visigodo....y antes romano y antes,... así es  la Historia...

El espacio que inmortalizó Velázquez ya no existe. La noche de Navidad de 1734, un incendio arrasó el Real Alcázar, que desde el siglo XVI era residencia de los reyes y  la  Corte. Habría que salvar a toda prisa y con riesgo de vidas obras de arte únicas, entre ellas Las Meninas, pero se perderán   muchas otras de calidad semejante. Pinturas de Rubens, El Bosco, Tiziano, Tintoretto... convertidas en cenizas. En el mismo solar  escarpado que recuerda su origen defensivo, se levantaría a partir de 1738 el actual Palacio Real sobre  proyecto del italiano Filippo Juvara.

Cuando en 1819 el rey  Fernando VII aporte las Colecciones Reales como fondos para crear el Museo del Prado ya no se podrá contar con tantas obras maestras perdidas, aunque quedarán aún muchas de igual valor que harán de El Prado una de las pinacotecas importantes del mundo. Entonces todavía el cuadro de Velázquez se llamaba La Familia, en el sentido extenso, romano, que engloba el núcleo familiar, ayudantes, criados y demás deudos, y este nombre se conservó hasta  1843 en que el cuadro fue catalogado como Las Meninas..
                               
Velázquez, Las Meninas, 1656, 276 x 318, ól/lz. Museo del Prado. Madrid.


Casi cuatrocientos años antes. Los personajes han entrado o no han abandonado  aún la habitación. El pintor detiene el pincel y mira al espectador, que le mira a su vez desde fuera del cuadro. Está en el mismo espacio que ocuparon  entonces los modelos que supuestamente posaban: los reyes, Felipe IV y su esposa, que según una de las interpretaciones es a  quienes  retrata Velázquez en el gran lienzo  que se apoya en el borde  izquierdo y  se refleja en el espejo.

A  favor de que sea así, -como sugiere el inolvidable Julián Gállego-, está el lujoso  cortinón de terciopelo rojo  que cruza en diagonal el espejo en que se  refleja la pareja real y que era utilizado en el Barroco en los "retratos de aparato", para resaltar la importancia social del retratado. Los reyes reflejados están en el lugar fuera del cuadro que ahora ocupa el espectador y  Velázquez les  introduce a través del espejo dando así  la totalidad del espacio : el de la pintura y el del espectador. [Como hizo en el siglo XV  Jan Van Eyck con el Matrimonio Arnolfini, que antes de pertenecer a la la National Gallery y  hasta las guerras napoleónicas  perteneció  a las colecciones reales y sería una pintura  apreciada  con seguridad  por Velázquez.]

Si todo lo anterior fuera cierto, Velázquez ha compuesto una pintura en la que  la infanta Margarita, -que tiene cinco años,-, ha entrado con su séquito a ver cómo el pintor de cámara pinta  a sus padres.La acompañan dos  meninas (camareras) Doña Agustina Sarmiento (arrodillada) e Isabel de Velasco, los  enanos ,Maribárbola y Nicolás Pertusato que pone su pie sobre un gran perro. Doña Marcela de Ulloa y un guardadamas, están detrás charlando. Y al fondo  el aposentador de palacio José Nieto pasa fugazmente.

Aunque todo es fugaz, porque el reflexivo Velázquez ha querido hacer una instantánea. Esta composición estudiada, compleja y musical que se produce entre curvas rítmicas, y medidas meditadas, quiere  transmitir visualmente la sensación de  ser  producto del  azar, de  un instante,y con ello   dar al contemplador  no sólo el espacio pintado sino además, también pintado, el tiempo.

En esta  escena de claridad aparente pero  difícil de explicar cómo se ha pintado, de analizar lógicamente,sin desentrañar del todo a pesar de las numerosas hipótesis - , se ocultan algunas de las claves profundas   del Barroco:la preocupación por el fluir  imparable del tiempo y la utilización  de la paradoja para expresar  la complejidad de lo real  y el misterio que esconde  lo evidente.


Van Eyck, espejo Matrimonio Arnolfini, 1434 / Velázquez, espejo de Las Meninas, 1656
[El espacio del espectador introducido en el del cuadro a través del espejo]


+ Sobre José Manuel Ballester:
http://www.josemanuelballester.com/

27 mayo, 2013

Scott Fitzgerald "Un cuento bueno para el Post"







"Él entró en el bar Dingo de la rue Delambre, donde yo estaba sentado en compañía de algunos sujetos que eran compañías perfectamente malas y vino y se presentó..."[...] "En nuestra conversación  en la Closerie des Lilas, me contó que a veces escribía un cuento que a él le parecía bueno, aunque en realidad no era más que un cuento bueno para el Post, y que una vez escrito lo alteraba antes de mandarlo a la dirección de la revista, porque sabía exactamente las vueltas y revueltas que convertían un cuento en artículo de éxito"[...] E.HemingwayParís era una fiesta

                                        
Unos años después de la conversación entre  Hemingway  y Fitzgerald en París sobre narraciones cortas, buenas o trucadas, Fitzgerald vuelve fugazmente al tema en La tarde de un escritor, donde ilustra cómo se puede fabricar  un  cuento  de éxito seguro ,"bueno para el Post" y refleja  otros aspectos sutiles de la escritura y la naturaleza del  escritor.

"La tarde de un escritor"  no es un cuento  "bueno para el Post".  Es una narración  con los efectos de los  mejores  cuentos y  poemas: no terminarse nunca.  Llegan al lector como si acabaran de ser escritos. Permanecen dentro de él  pulsando  sensaciones y emociones y vuelven  una y otra vez a la memoria...

Fitzgerald concentra en  una escritura ligera y  densa a la vez, hallazgos expresivos sorprendentes; percepciones...imágenes,  y deja un  velado y ácido  análisis de la condición de escritor, en general, y del escritor de éxito en horas bajas -que era entonces Fitzgerald-, en particular. Todo ello atravesado por una transparente sombra crepuscular que turba y conmociona. Como si la "tarde" del título abarcara no sólo esa parte del día ...                           

Está escrito en 1936, cuando Zelda ya estaba en  el sanatorio y  los problemas económicos y creativos acuciaban . Posiblemente Fitzgerald vivía con su hija de quince años, como el escritor del cuento . En los que selecciona Alfaguara,2010, unos son mejores que otros o gustan más que otros pero dentro de una escritura que es gran literatura y obliga al  lector  a seguir leyendo con interés sostenido.                                                  


                        
                                                 


                                                      LA TARDE DE UN  ESCRITOR                                                     

                                                                                 I

Cuando despertó se sentía mucho mejor de lo que se había sentido en muchas semanas: simplemente no se sentía enfermo. Se apoyó un momento en el marco de la puerta que separaba su dormitorio y el baño hasta que estuvo seguro de que no se había mareado. Ni siquiera un poco, ni siquiera cuando se puso a buscar una zapatilla debajo de la cama.

Era una luminosa mañana de abril, no tenía ni idea de qué hora era porque su reloj llevaba mucho tiempo parado, pero cuando cruzó el apartamento y llegó a la cocina vio que su hija había desayunado y se había ido y que había llegado el correo, así que eran ya más de las nueve.
-Creo que saldré hoy -dijo a la criada.
-Le sentará  bien hace un día estupendo.
Ella era de Nueva Orleans, con las facciones y la tez de una árabe.
-Quiero dos huevos fritos como ayer y una tostada, zumo de naranja y té.

Se entretuvo un rato en el cuarto de su hija y leyó el correo. Eran cartas desagradables, sin una pizca de alegría, facturas en su mayor parte y el boletín del colegio masculino de Oklahoma con su asombroso álbum de autógrafos. Sam Goldwyn haría una película de ballet con Spessiwitza, o quizá no la hiciera: habría que esperar a que el señor Goldwyn volviera de Europa con media docena de ideas nuevas. La Paramount quería una autorización para usar un poema que había  aparecido en uno de sus libros, aunque no sabían si era suyo o era una cita. Quizá lo usaran para el título de una película. De todos modos aquella obra ya no le pertenecía: había vendido los derechos para una película muda hacía muchos años y para la versión sonora hacía un año.
"Nunca tendrás suerte con las películas -se dijo a sí mismo- Ya tuviste bastante con la última".

Mientras desayunaba, miraba por la ventana a los estudiantes que cambiaban de clase en el campus de la universidad, al otro lado de la calle.
-Hace veinte años yo estaba cambiando de clase -dijo a la criada que se rió con su risa de debutante.
-Necesitaré que me deje un cheque -dijo-, si va a salir.
-Ah, no voy a salir todavía. Tengo que trabajar dos o tres horas. Saldré por la tarde.
-¿A dar un paseo en coche?
-No volveré a conducir ese viejo cacharro. Lo he vendido por cincuenta dólares. Iré en el autobús.
Después de desayunar se echó quince minutos. Y luego se puso a trabajar en su despacho.
El problema era un cuento para una revista que hacia la mitad le había parecido tan  flojo que había estado apunto de romperlo. La trama era como subir por unas escaleras interminables, había agotado su repertorio de golpes de efecto, y los personajes, que tan airosamente habían dado sus primeros pasos hacía solo dos días, no alcanzaban el nivel de un folletín.
"Sí, la verdad es que necesito salir -pensó-. Me gustaría llegar hasta el valle de Shenandoah, o ir a Norfolk en ferry".

Pero ambas cosas eran imposibles: requerían tiempo y energía, dos cosas que a él no le sobraban. Lo que le quedaba debía reservarlo para el trabajo. Repasó el manuscrito subrayando con lápiz rojo las frases acertadas y, después de guardarlas en una carpeta, rompió el resto muy despacio y lo tiró a la papelera. Luego se puso a pasear por la habitación mientras fumaba y hablaba consigo mismo de vez en cuando.
"Bueeeno, veamos..."
"Ahora, lo siguiente sería..."
"Veamos, ahora..."
Un rato después se sentó, pensando:
"Estoy cansado. No debería haber tocado un lápiz durante dos días."
Revisaba el apartado "Ideas para cuentos" de su cuaderno, cuando la criada lo interrumpió para decirle que la secretaria llamaba por teléfono, una secretaria que trabajaba por horas y le ayudaba desde que cayó enfermo.
-No hay nada -dijo-. Acabo de romper todo lo que había escrito. No valía nada. Voy a salir esta tarde.
- Le sentará bien. Hace un día muy bueno.
-Mejor será que venga mañana por la tarde. Tengo muchas cartas y facturas pendientes.

Se afeitó y, precavido, se dio un respiro de cinco minutos antes de vestirse.
La idea de salir lo inquietaba: no tenía gana de que los ascensoristas le dijeran que se alegraban de verlo y decidió bajar por el montacargas, donde no lo conocía nadie. Se puso su mejor traje, el que tenía la chaqueta y los pantalones de distinto color. Sólo se había comprado dos trajes en seis años, pero eran los mejores trajes: sólo la chaqueta del que acababa de ponerse le había costado ciento diez dólares. Ya que debía tener un destino -no era bueno ir a ningún sitio sin haberse fijado un destino- se metió un tubo de champú en el bolsillo para que lo usara el barbero y también una ampolla de luminol.
"El perfecto neurótico -se dijo, mirándose al espejo- Subproducto de una idea, escoria de un sueño".

                                                                             II

Fue a la cocina y se despidió de la criada como si se fuera a Little America. Una vez en la guerra había requisado por pura fanfarronería un vehículo y lo había conducido de Nueva York  a Washington para estar en el cuartel a la hora de pasar revista. Ahora esperaba en la esquina de la calle a que cambiara el semáforo, mientras los jóvenes,  con prisa, se le adelantaban, indiferentes al tráfico. En la esquina de la parada del autobús, bajo los árboles, hacía fresco y pensó en las últimas palabras de Stonewall Jackson: "Crucemos el río y descansaremos a la sombra de los árboles".Los jefes de aquella guerra civil parecían  haberse dado cuenta de repente de lo cansados que estaban: Lee, marchitándose hasta dejar de ser quien era; Grant, escribiendo desesperadamente sus recuerdos antes de morir.

El autobús era tal como se había imaginado: sólo había otro viajero en el piso de arriba y las ramas verdes golpeaban sin cesar en las ventanillas. Probablemente, tendrían que podar aquellas ramas, lo que le parecía una pena. Había mucho que mirar: intentó definir el color de una hilera de casas y sólo le vino a la cabeza el color de una capa de su madre que parecía de muchos colores y no era de ningún color: sólo reflejaba la luz. En algún sitio, las campanas de la iglesia tocaban Venite adoremus, y se preguntó por qué , pues hacía cuatro meses que había terminado la Navidad.No le gustaban las campanas, pero se había emocionado mucho cuando tocaron Maryland, my Maryland en el funeral del gobernador.

En el campo de fútbol de la universidad había hombres pasando el rastrillo y se le ocurrió un título: "El hombre que cuidaba el césped" o incluso "Crece la hierba", algo acerca de un hombre  que trabaja cuidando el césped durante años y consigue que su hijo vaya a la universidad y juegue en el equipo de fútbol. Entonces el hijo muere  y el hombre se va a trabajar al cementerio, a sembrar césped sobre su hijo en lugar de bajo sus pies. Sería el tipo de relato que  aparece en todas las antologías, pero no era lo suyo: sólo era una antítesis hinchada, algo tan estereotipado como un cuento de revista popular y tan fácil de escribir. Pero muchos lo considerarían excelente porque era melancólico, tenía enjundia y era fácil de comprender.

El autobús pasó una desvaída estación de ferrocarril de estilo neoclásico a la que daban vida las camisas azules y gorras rojas de los mozos. La calle se estrechaba al llegar a la zona comercial y de repente aparecieron chicas vestidas de colores chillones, todas bellísimas: pensó que nunca había visto tantas chicas guapas. También había hombres, pero todos parecían un poco ridículos, como él cuando se miró al espejo, y había viejas, más bien feas, y también , de repente, chicas vulgares y desagradables; pero en general eran bonitas, vestidas de todos los colores, entre los seis y los treinta años, y sus caras no transparentaban ningún proyecto, ningún conflicto, sólo un estado de dulce suspensión, provocativo y sereno. Durante un instante amó la vida con todas sus fuerzas y no sintió el menor deseo de  renunciar a ella. Pensó que quizá había cometido un error al salir a la calle tan pronto.

Se  apeó del autobús , agarrándose cuidadosamente a la barandilla, y recorrió una manzana hasta la barbería del hotel. Pasó ante una tienda de deportes y miró el escaparate, pero sólo le interesó un guante de béisbol que ya estaba ennegrecido por la palma. Al lado había una camisería, y se paró un buen rato a mirar las camisas de tonos intensos y las escocesas. Diez años atrás, durante un verano en la Riviera, el escritor y algunos más habían comprado camisas de obrero de color azul oscuro, y probablemente habían creado aquella moda. Le gustaron las camisas a cuadros, llamativas como uniformes y deseó  tener veinte años e ir a un club de playa con el cielo pintado  como un ocaso de Turner o un amanecer de Guido Reni.

La barbería era espaciosa, llena de luz, perfumada: hacía meses que el escritor no iba al centro de la ciudad para semejante cometido y se encontró con que su barbero de siempre estaba enfermo, con artritis; así que le explicó a su compañero cómo usar el champú, rechazó el periódico y se sentó casi feliz, sensualmente satisfecho al sentir los fuertes dedos en el cuero cabelludo, mientras le venía a la memoria el recuerdo agradable y entremezclado de todos los barberos que había conocido.

Una vez había escrito un cuento sobre un barbero. En 1929 el propietario de su barbería favorita en la ciudad donde vivía entonces había ganado una fortuna de 300.000 dólares gracias a las confidencias de un industrial de la zona y estaba a punto de retirarse. El escritor se despreocupó del asunto, porque estaba a punto de irse a Europa a pasar unos años con lo que tenía ahorrado, y aquel otoño, al oír como aquel barbero había perdido toda su fortuna, se decidió a escribir un cuento, disfrazando con cuidado los detalles pero girando siempre sobre la idea de un barbero que prospera para luego hundirse. Llegó a sus oídos, sin embargo, que en la ciudad habían reconocido la historia y había provocado cierta irritación.

El lavado terminó. Cuando salió al vestíbulo, una orquesta empezó a tocar en el bar del otro lado de la calle y se detuvo un momento en la puerta para oírla.Hacía tanto que no bailaba, dos noches quizá en cinco años, aunque una reseña de su último libro había mencionado que era un fanático de los cabarés; la misma reseña decía también que era infatigable. Algo, cuando aquella palabra resonó en su mente, le hizo daño y sintió que le acudían a los ojos lágrimas de debilidad y se fue. Era como al principio, hacía quince años, cuando decían que tenía "una facilidad terrible", y él trabajaba como un esclavo en cada frase para no darles la razón.
"Otra vez me estoy amargando -se dijo-. Y no es bueno, no es bueno. Tengo que volver a casa."

El autobús tardó mucho tiempo en llegar, pero no le gustaban los taxis y todavía esperaba que le sucediera algo en el piso de arriba del autobús mientras pasaba entre los árboles de la avenida. Cuando por fin llegó el autobús le costó algún trabajo subir los escalones, pero valió la pena porque lo primero que vio fue a dos alumnos del instituto, un chico y una chica, sentados sin ninguna timidez en el pedestal de la estatua del general Lafayette, con toda la atención concentrada en sí mismos. El aislamiento de los dos chicos lo emocionó y pensó que debería aprovecharlo profesionalmente, aunque sólo fuera para compararlo con el creciente retraimiento de su vida y la necesidad cada vez mayor de cosechar en un campo ya muy cosechado. Necesitaba una reforestación  y era absolutamente consciente de ello, y esperaba que el terreno soportara una  nueva siembra. Nunca había sido el mejor terreno posible, pues había tenido una temprana debilidad por lucirse en lugar de escuchar  y observar.

Ahí estaba el bloque de apartamentos. Miró hacia arriba, a las ventanas de sus casa, en el último piso, antes de entrar.
"La residencia del escritor de éxito -se dijo-. Me gustaría saber qué libros maravillosos está escribiendo. Debe ser magnífico disfrutar de un don semejante: pasar la vida sentado con un lápiz y un papel. trabajar cuando quieres, ir a donde te dé la gana".
Su hija todavía no había llegado, pero la criada salió de la cocina y le dijo:
-¿Se lo ha pasado bien?
-Perfecto dijo-. He estado patinando, he ido a la bolera, he jugado con el abominable hombre de las nieves y he terminado en un baño turco. ¿He recibido algún telegrama?
-Nada.
-¿Puede traerme un vaso de leche?
Atravesó el comedor y entró en su despacho, y por un momento lo cegó el reflejo del último sol de la tarde sobre sus dos mil libros. Estaba bastante cansado. Se echaría unos diez minutos y luego vería si se le ocurría alguna idea en las dos horas que faltaban para cenar.




10 febrero, 2013

Claes OLDENBURG / Exposición con fantasma

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Visitar la exposición de Claes Oldenburg, en el Guggenheim, es sumergirse en el Arte Pop. El  artista norteamericano  fue uno de los pioneros de esa tendencia con  la importante  colaboración  en la realización de sus obras de  su esposa Coosje Bruggen.

Cuando el Pop Art surgió en los años sesenta el  Expresionismo Abstracto parecía agotado y los nuevos artistas pasaron de la no figuración del expresionismo a  pintar toda clase de objetos de  la vida cotidiana, tomados del arte popular, de la publicidad, del comic...


Las obras de Oldenburg  se mantienen vivas. Son  un concentrado de propuestas estéticas sorprendentes que se difunden por las salas como una descarga de energía y que   mantienen todavía  una vitalidad provocadora.

El Pop Art  hunde sus raíces   en el ya  lejano  dadá   y en  algunas aportaciones del surrealismo ( entre ellas  la metamorfosis de la materia   procedente del mundo onírico que Oldenburg aplica a la escultura y ya  utilizó  Dalí en pintura en los relojes blandos de La Persistencia de la Memoria ).



Pero, los  cachivaches expuestos ¿son  arte? El tiempo transcurrido parece decir que sí. Que ese trozo de tarta monumental con nata y chocolate de materia plástica puede ocupar esta sala, la misma  que albergó no hace mucho dibujos de Miguel Ángel, obras de Rembrandt y en otras ocasiones  a los más próximos y estilísticamente afines Andy Warhol, o al admirado y siempre inclasificable  por dilatado y diverso Robert Rauschenberg.

Haberse convertido en materia de museo hace recordar  que Oldenburg dijo una vez:
"Estoy por un arte que sea político, erótico, místico, que haga algo más que estar sobre un pedestal en un museo"
Y su arte  es todo ello a pesar de haber entrado en el museo:  un arte político, erótico y místico, y también  lúdico en la que el artista continúa  los juegos que inició en la infancia.  Robert Hughes en Visiones de América hace referencia a su innata capacidad de invención:
"Todo lo que hago es completamente original -afirmó Oldenburg en 1966-, me lo inventé cuando era niño". Y, en cierto sentido es verdad. Oldenburg (n.1929) era el mayor de los dos hijos de un diplomático sueco; nació en Estocolmo pero se crio, hasta los siete años en Chicago. Los pequeños Oldenburg inventaron juntos una isla de fantasía llamada Neubern, crearon mapas, historias y un corpus completo  de tradiciones locales descriptivas , con todo detalle. Este deseo de inventar un mundo paralelo y de llenarlo con todo tipo de utensilios, comidas y entretenimientos se trasladaría a su arte de madurez".





Oldenburg ha creado un mundo paralelo de objetos estrafalarios, verdaderos artefactos en el sentido de artificio que es siempre el arte : trozos de pastel, helados, descomunales, hamburguesas gigantes, ceniceros enormes rebosando colillas que según han sido apagadas crean distintas  formas  de cilindros magullados, bolsas gigantes volcadas de patatas fritas cayendo para siempre....Una realidad aumentada en muchos sentidos.


Desmesurada también en los materiales  utilizados: harapos, lienzo, resina gomaespuma, papel maché, alambre, cordel,  vinilo..., recubiertos de esmalte de  brillantes colores. Desmesurada en las escalas haciendo descomunales  los objetos de uso cotidiano, aptos sólo para gigantes. Desmesurada y metamorfoseando la materia, creando  objetos que abandonan  la  consistencia habitual con que están hechos y se vuelven blandos o rígidos,  y casi monstruosos....enchufes, bolsas de hielo...

El conjunto de la obra  puede entenderse como  una celebración de los objetos más comunes, pero   desnaturalizados  y haciéndolos inservibles, pero intensificándolos al sacarlos de la rutina en que están sumergidos habitualmente y ser convertidos en otra cosa. Ha elegido una vía de humor, pero también de ironía y de crítica de la sociedad en general y  del consumo que se fue imponiendo después de la Segunda Guerra Mundial  en  la parte más próspera de la sociedad occidental, especialmente la de Estados Unidos sin olvidar las referencias críticas a la guerra de  Vietnam que sucedía entonces ... 





Una serie de acuarelas muestran a Oldenburg como pintor capaz de
potenciar, en algunos casos,   atisbos de líneas y color y conseguir que sacudan por su  intensidad y  gracia. Es el caso de "Conjunto de baño en un jardín ", acuarela sobre papel de 1965 : un esbozo con dibujo levemente coloreado capaz de arrastrar a quien fija en él su mirada hasta la Antigüedad Clásica o por lo menos hasta una Italia sembrada de restos clásicos. (No ha sido posible encontrar  imagen de esta pequeña obra maestra  que pertenece a un particular)

Pero también  crea objetos desmaterializados casi completamente, que califica de ghost . Son estos los  que corren  peligro de pasar desapercibidos entre tanta rotundidad de formas y color;  los que más pueden  sorprender por la capacidad imaginativa que suponen y   la asociación de ideas que activan en el espectador .

Recorrer las salas de la exposición es encontrarse con  objetos ya conocidos en parte o ver otros por primera vez. O ser totalmente sorprendido por Ghost Wardrove, Armario fantasma de 1967.Tratándose de Oldenburg para quien es tan importante la materia , se podría calificar de  "antiobra", ya que renuncia a la solidez subrayada por la escala y el color propia de él.  




Ghost Wardrobe ( para M.M.), 1967, cuerda, perchas, yeso, cordel, lino.


Este armario fantasma es el de  Marylin.  La estrella,  mito,  icono, la buena actriz de comedia, que había muerto cinco años antes . Oldenburg con sutileza realiza una obra capaz de sorprender y conmocionar; es una idea despojada al máximo pero  intensa. En el esqueleto fantasma del  armario, de unos colgadores  penden las costuras  [ representadas por el hilo con que fueron cosidas las prendas y las formas que trazaron las  puntadas como si fueran un dibujo blando ] del  vestido blanco de la estrella y  de su ropa interior negra. Oldenburg dice que se trata del vestido blanco de La tentación vive arriba; el que arremolina el aire que sale de un respiradero del metro de Nueva York, una imagen que todo el mundo recuerda.


Sobre el suelo del ghost wardrobe, también espectrales, unos zapatos descalzos de tacón muy alto  con un pompón  o una flor sobre el empeine, la quinta esencia del erotismo tierno de Marylin. Esos zapatos fantasmas tuvieron que ser en otra dimensión de raso, no cabe duda, rosa chicle, o rojos tal vez..

.Es propio del Oldenburg capaz de inventar cualquier cosa, de pasar de la materia acentuada a lo inasible y representarlo como materia desaparecida. 


Claes Oldenburg (Estocolmo 1929) nacionalizado americano, estudia  en la Yale University, en New Haven; al principio de los cincuenta frecuenta el Art Institute de Chicago y en 1956 se traslada a Nueva York.






Cuando llegó a Nueva York, el Expresionismo Abstracto - el primer estilo verdaderamente americano- estaba moribundo y el tiempo era propicio para hacer del arte otra cosa.

Oldenburg en el bajo Manhattan comenzó sus instalaciones. La primera fue La Calle (1960) realizada con objetos encontrados en la basura y en 1961 La Tienda, instalada en un local alquilado de la Calle Dos, rodeada de tiendas baratas que vendían de todo; él preparó cuidadosamente sus mercancías de yeso, lienzo, resina...y las expuso. La clientela tuvo que ser diferente

En 1963,buscando un nuevo ambiente,  dejó Nueva York, se instaló en California; allí trabajó en otra instalación El hogar al que pertenece el armario fantasma y en otras esculturas  blandas:




En los años setenta se dedicó a la escultura monumental urbana. Cuando parecía que el monumento había muerto en la sociedad occidental él hizo del monumento otra cosa: agigantó objetos de uso corriente, una pala, una pelota alada de badminton, una gran pinza...llenos de color y a enorme escala. .Estas características y el lugar los transforman. Inusuales, siguen  provocando pensamiento en cadena y sentimientos encontrados, cuando al dar la vuelta a una esquina se les encuentra por sorpresa o si ya se les conoce se les puede ver  como un antídoto contra  los días grises.
         

Oldenburg, recuerda R.Hughes, parece encarnar  las palabras de Baudelaire:
"el talento no es más ni menos que la infancia redescubierta a voluntad, una infancia preparada para la expresión de su propia personalidad, con las capacidades del adulto y un poder de análisis que le permita ordenar el volumen de material en bruto  que ha acumulado involuntariamente."